Soy soberano

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[Discurso realizado por el presidente del Instituto Mises Brasil, Helio Beltrão, con ocasión de la recepción del premio Libertas, durante el XXIII Fórum de la Libertad, llevado a cabo en Porto Alegre los días 12 y 13 de abril de 2010]

Buenas noches, señoras y señores.

Presidente [Leonardo] Fração, es una satisfacción estar aquí, en este vigésimo-tercer Fórum de la Libertad, cuyo tema está basado en las Seis Lecciones de Ludwig von Mises. Mises fue uno de los mayores intelectuales del siglo XX, un firme y determinado defensor de la libertad. Hace cincuenta años, vino a Sudamérica y realizó estas seis históricas charlas, que están muy bien expuestas ahí fuera, en la muestra del Fórum de la Libertad. Hoy hay un renacimiento en todo el mundo, inclusive Brasil, de las ideas misesianas, que muestran los beneficios que consumidores y trabajadores obtienen cuando son libres para emprender, trazar sus destinos y realizar sus deseos.

Esta semana, en Porto Alegre, hay una gran concentración de herederos intelectuales de Ludwig von Mises. Nosotros, en el Instituto Mises Brasil, realizamos nuestro primer seminario aquí mismo, en Porto Alegre – ¡el cual, de hecho, fue un gran éxito, y no podría haber sido de otra manera! – Esa energía que emana de vosotros es contagiosa. Están hoy aquí varios profesores y estudiosos de la Escuela Austríaca de Economía, entre brasileños y extranjeros. Tom Woods, uno de nuestros ponentes y autor del bestseller Meltdown, expondrá mañana aquí en el Fórum. Y está con nosotros el legendario fundador y presidente del Mises Institute de Estados Unidos – ¡Lew Rockwell!   Sin Lew, no habría Mises Institute, no habría renacimiento de la Escuela Austríaca, no habría el Instituto Mises Brasil. Gracias, Lew. Y, por encima de todo gracias, Presidente Fração, al IEE [Instituto de Estudios Empresariales], por su apoyo a nuestro seminario y especialmente por el éxito en la lucha por la libertad. En esta lucha, lo que importa son los resultados – y los resultados del IEE y del Fórum de la Libertad son claros y medibles. ¡Enhorabuena, IEE!

En otras charlas, suelo hablar sobre economía y finanzas, sobre las medidas que pueden llevar a una sociedad más próspera; o sea, así como Mises, suelo hablar sobre lo que funciona y lo que no funciona.

Hoy, por primera vez, hablo sobre otro asunto. Hablo sobre lo que me mueve. Hablo sobre mi energía, como individuo. Eso sólo podría ocurrir aquí, donde hay una comunidad liberal avanzada, progresista, que vislumbra cambios de verdad, no cambios ilusorios de slogans de campaña. Me siento en casa. Es un gran honor recibir el premio Libertas.

La historia de la ética ha sido una historia de explotación. Los individuos fueron desde siempre separados en dos grupos: los que deben obedecer a las reglas “éticas” siempre, y los que no necesitan obedecerlas. El pueblo debe cumplir la ética y la moral, pero los gobernantes, no.

La ética, que usted y yo debemos obedecer, correctamente explica que no se puede robar la propiedad de terceros, matar u obligar alguien a hacer algo a la fuerza.

Pero es destacable que tales reglas éticas no valen para el gobierno – el gobierno toma su dinero, le llama a eso “impuestos democráticos”, y listo: está autorizado a robar.

Si un sujeto esclaviza a otro, está cometiendo un crimen hediondo. ¡La esclavitud es la antítesis de la individualidad! Sin embargo, en el caso del gobierno, lo convocan a usted para “servir a la patria” durante un año, llaman a tal servidumbre “servicio militar”, y la servidumbre pasa a ser perfectamente legal.

Si un vecino mata otro, eso es asesinato; sin embargo, si fuera un funcionario del gobierno – principalmente del gobierno americano – con uniforme verde-oliva que invoca una “guerra preventiva” o algo similar, entonces le está permitido matar, y legalmente.

Falsificar dinero es un crimen, pero sólo para usted y para mí – pues el gobierno tiene la máquina de hacer dinero, o mejor, de falsificar dinero. Ellos pueden. Si lo hiciéramos nosotros, nos encarcelarían.

Hace trescientos años, buena parte de la población en América estaba formada por esclavos. El cien por cien de los frutos del trabajo de los esclavos era propiedad de sus dueños. Hoy no somos esclavos. Pero hoy, del 40% al 50% del resultado de su esfuerzo y talento no son suyos, sino de sus señores: sus gobernantes y amigos. Eso es lo que usted paga, quiera o no, incluido en los precios de los productos y a través de otros impuestos, tasas y contribuciones. O sea, no somos esclavos, pero somos siervos.

Antes los dueños de esclavos amenazaban con castigar con el látigo si estos rechazaban trabajar. Ahora, si usted no paga al gobierno, es amenazado con notificaciones y procesos, hasta que, finalmente, sea usted encarcelado. En ambos casos, la violencia es del mismo tipo. El arma ni necesita ser mostrada, similarmente al caso del ladrón callejero. La simple amenaza basta. Pero el arma está ahí, en el bolsillo del ladrón, y en la chaqueta del gobernante.

¡Aunque sancionado por la mayoría, el robo o esclavitud continúan siendo crímenes! Este robo del gobierno, por el gobierno y para el gobierno (y sus amigos) es extrañamente aceptado y racionalizado por la mayoría. ¿Y por qué diablos la mayoría concuerda con ese robo?

Es importante analizar el concepto más malentendido hoy día. El concepto de democracia.

Existe cierto desprecio a la semántica cuando nos referimos a la “democracia”. La mayor parte de nosotros usa la expresión “democracia” cuando en verdad nos referimos a otros conceptos, como “estado de derecho”, “igualdad ante la ley, “libertad, “derechos individuales”, “instituciones fuertes”, “justicia”, y otros conceptos que poseen palabras específicas para designarlos. Democracia es formalmente el régimen de voto de la mayoría, o sea, la mayoría entre los votantes decide lo que quiera. O, como se acostumbra a decir, la tiranía de la mayoría – que, en la práctica, es la tiranía de la minoría: la minoría de políticos que mandan en nuestras vidas y en nuestra propiedad.

Esa mezcla de significados tiene consecuencias prácticas, no sólo de semántica, sino especialmente en el mundo real. Cuando se dice que en Brasil hay “democracia”, es común creer que somos “nuestros propios gobernantes” – pero, en realidad, continúa habiendo soberanos de un lado, y ciudadanos-súbditos de otro. El concepto de democracia es utilizado para ofuscar y confundir, de forma que creamos que hay igualdad entre todos.

Pero, aunque seamos ofuscados por este juego de espejos, ¿por qué sufrimos tanto en las manos de esos soberanos-gobernantes, una vez que nosotros somos muchos y ellos son pocos? ¿Por qué nos engañamos con la creencia de que nuestros soberanos-gobernantes son justos y bondadosos, cuando tenemos pruebas de lo contrario todos los días, y en todos los lugares? ¿Por qué permitimos tantos abusos a la libertad y propiedad si el poder que ellos poseen es exclusivamente el que nosotros les otorgamos? ¿Por qué dejamos que nos traten como a ganado?

Como nuestros soberanos-gobernantes son mucho menos numerosos que nosotros, está claro que, para reconquistar nuestros derechos, no es necesario levantarse en armas; no es necesario hacer manifestaciones, y tampoco es necesario votar. Pues en un duelo frente a frente de muchos contra pocos, donde los numerosos luchan por el gran premio que es la libertad, mientras que los pocos luchan sólo por la posibilidad de esclavizar al enemigo, es probable que no sean necesarios disparos para que los numerosos sean declarados vencedores. Llegamos, por lo tanto, a la paradójica conclusión de que no retomamos nuestros derechos porque no queremos; porque apoyamos implícita o explícitamente la tiranía de los soberanos-gobernantes.

La famosa película Matrix ilustra lo que quiero decir. En un futuro distópico, los seres humanos son esclavizados por máquinas y, aunque permanecen en sueño hipnótico, supliendo energía para las máquinas, se les hace creer que llevan una vida normal. La ilusión es virtualmente perfecta – los individuos realmente creen que están andando libres por las calles, o comiendo un delicioso bistec – pero es sólo una realidad virtual, llamada Matrix, que las máquinas producen por estímulos en los cerebros de los seres humanos. Las máquinas, que fueron creadas para servir, se volvieron contra los seres humanos y los esclavizaron.

En la película, algunos individuos – aquellos que toman la píldora roja – consiguen ver la realidad como es: que Matrix es de hecho una prisión, fruto de una ilusión bien planeada, y que sus cuerpos están en cautiverio sin que la mayoría se dé cuenta. Aun así, aquellos que tomaron la píldora roja no escapan de las amarras de la realidad virtual. Algunos no quieren reflexionar sobre lo que pasa; otros saben que viven una ilusión, y racionalizan su situación – juzgan que es difícil cambiar las cosas, que siempre fue así, y prefieren vivir en el confort de la esclavitud.

Pero, como dije antes, no es necesario quitarles nada a los tiranos – ¡sólo es necesario dejar de darles lo que es nuestro! En la película, eso es equivalente a querer despertar de su sueño hipnótico, romper los hilos eléctricos que alimentan el cerebro con Matrix, y salir caminando, libre.

Fuera de las pantallas de Hollywood, es más simple de lo que se imagina acabar con la servidumbre. Basta con ser consciente de que nadie puede mandar en su vida, bajo disculpa o argumento alguno, sin su consentimiento; con o sin juego de espejos. Basta reconocer que nadie sabe mejor que uno mismo lo que es mejor para uno mismo. Basta reconocer que no hay autoridad alguna por encima de usted – que usted no tiene ningún dueño, y que, por lo tanto, no debe pagar tributos para obtener su tranquilidad o libertad. Y cuando exista ese reconocimiento, podrá decirse a sí mismo: ¡yo soy soberano!

En Matrix, ese momento de soberanía se da en una escena, en la realidad virtual, en la cual incontables armas son disparadas contra Neo. Él mira las armas y percibe que la violencia explicitada no tiene eficacia sin su consentimiento – las balas se disuelven en ceros y unos. Neo coge en el aire una de las balas virtuales y todo el aparato del enemigo se vuelve impotente.

La tiranía cesa cuando dejamos de apoyar voluntariamente nuestra propia servidumbre.

Me gustaría concluir diciendo que no es necesario cambiar el mundo o crear un país de soberanos individuales. Lo que importa – y lo que se puede hacer ahora – es vivir como soberano, estando próximo a aquellos que lo respeten como tal, y alejándose de los manipuladores y de aquellos que quieren parasitar su energía, talento y virtudes. Por lo tanto, la libertad puede en gran medida ser alcanzada en nuestras vidas, aunque no consigamos extinguir la servidumbre estatal. Si usted se muestra soberano en sus relaciones personales, estará contribuyendo a su propia felicidad y también a la transmisión del concepto de soberanía individual. Esa cadena del bien, estoy seguro, abolirá la cadena del mal.

¡Gracias!


 

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