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Algunas razones y evidencias científicas para legalizar el aborto

Intervención a favor del aborto legal, en Santa Fe, Argentina. Se recurre a la novela y serie The Handmaid’s Tale, para denunciar abusos y violencia contra la mujer, por obligarlas a parir. (Wikicommons)

 

Actualmente discutida en países como Perú (donde el 92% de casos de violencia sexual tiene como víctimas a mujeres, adolescentes y niñas) o Argentina (tras el fallecimiento de Esperanza, concebida producto de una violación sexual de una niña de 12 años), la legalización del aborto expone al menos dos perspectivas opuestas.

Por una parte, una derecha conservadora que persigue la ilegalidad del aborto y, por el otro, una izquierda progresista que aboga por su legalización.

La derecha conservadora es comandada por poderosos sectores religiosos que, en países como Brasil, tienen presencia gubernamental. Su lema es simple: no al aborto, bajo ningún pretexto –incluyendo al aborto por violación. El principal argumento de los autodenominados “Provida” es una defensa de la vida, realizada mediante multitudinarias “marchas por la vida” y constante presencia en medios. En algunos casos, no solo se oponen al aborto, sino también a la educación sexual y al uso de anticonceptivos.

La postura de dicho sector, sin embargo, no está apoyada en evidencia científica. Considerar al embrión como una persona, asegurar que un feto siente dolor y es consciente del entorno que lo rodea, así como afirmar que el aborto genera graves daños en la mujer, están entre sus principales yerros, varios de los cuales alcanzan el ridículo. A despecho de su autoestima política, ¿qué dice realmente la evidencia científica?

Muchos grupos religiosos que se oponen al aborto legal también se muestran en contra de la educación sexual y los métodos anticonceptivos. (Pixabay)

1. El cigoto o embrión no es una persona

Un argumento Provida bastante común es afirmar que un cigoto o un embrión constituyen una persona. Este argumento nace al aceptar que, si un embrión tiene ADN humano, entonces constituye incuestionablemente una persona humana. Sin embargo, el asunto no es tan sencillo.

Conceptos como cigoto o embrión forman parte de la terminología científica de ciencias como biología, embriología o medicina. El concepto persona humana, por el contrario, no integra el corpus conceptual de ciencia alguna. Para Antonio Marlasca (2002), si buscamos el término “persona” en el Diccionario de la Real Academia Española, obtendremos como respuesta “individuo de la especie humana”.

No obstante, continúa Marlasca, para la teología cristiana no solo hay personas humanas, sino también personas divinas, tales como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Siguiendo la definición de persona como “individuo humano”, habría que excluir a los embriones de menos de 14 días, pues, dado que pueden dividirse en dos o más gemelos, no poseerían la característica de individualidad. “[E]l pre-embrión, al no ser un individuo, es decir, al no ser indivisible, no puede ser persona”, asegura Marlasca. Sin embargo, una cosa merece ser aclarada.

Quiero dejar bien claro que hoy ninguna persona honesta, medianamente informada de los últimos descubrimientos biológicos, el ADN, el Proyecto Genoma Humano, etc., puede negar que hay vida, y vida específicamente humana, en el zigoto o embrión recién fecundado. […]

Todo esto son datos científicos elementales y, hoy por hoy, indiscutibles. […] Lo que no está claro […] es que el embrión sea además, y desde el principio, una persona humana. Jamás la biología, la embriología, etc. han afirmado tal cosa ni lo podrían hacer, por la sencilla razón de que ésta categoría –persona humana– no es una categoría biológica, sino filosófica-teológica.” (Marlasca, 2002)

¿Puede equipararse un concepto científico con uno filosófico-teológico para decir que un embrión constituye una persona sin mediar en los fundamentos de dichos términos? De ser el caso, también podría decirse que un embrión constituye un ángel, ignorando la lógica de la argumentación científica.

El sector Provida incluso ha denominado al cigoto/embrión como “bebé” o “niño”, ignorando que tales constituyen etapas posteriores del desarrollo. Si buscamos argumentar científicamente, debemos evitar mezclar términos científicos con no científicos. Solo así comprenderemos que un embrión/cigoto no es una persona.

Caracterizar un cigoto, óvulo fecundado o embrión no es una tarea sencilla para quienes optan por la mirada científica y filosófica. (Flickr)

2. El feto no siente dolor

Uno de los argumentos más populares del sector Provida es afirmar que el feto siente dolor. Pues bien, aunque la ciencia del dolor fetal es “altamente compleja” (Belluck, 2013), existe un consenso médico relativamente establecido (Miller y Writer, 2016).

En una revisión sistemática de más de 2.000 estudios (Lee, Ralston, Drey, Partridge y Rosen, 2005), publicada en la Journal of the American Medical Association, los autores concluyeron que, aunque el dolor sea una “construcción psicológica” capaz de existir en ausencia de estímulos físicos, “la capacidad de percepción consciente del dolor puede surgir solo después de que las vías tálamo-corticales comiencen a funcionar, lo cual puede ocurrir en el tercer trimestre, alrededor de las 29 a 30 semanas de edad gestacional” (p. 952).

Con resultados semejantes, Derbyshire (2006), en un estudio publicado en la British Medical Journal, concluyó que, aunque el desarrollo neurológico ocurrido entre las semanas 7 y 26 es notable, este no indica si el feto siente dolor: “la experiencia subjetiva del dolor no puede inferirse de los desarrollos anatómicos, ya que estos no tienen en cuenta la subjetividad ni los contenidos conscientes del dolor” (p. 909).

Reaccionar a un estímulo estresante (implicando aumento de ritmo cardíaco y segregación de cortisol) no significa que constituya un estímulo doloroso, ya que el feto no sentirá dolor al no ser consciente de aquel.

El sector Provida, sin embargo, desconoce esta evidencia. Mary Spaulding Balch, directora de políticas estatales del Comité Nacional del Derecho a la Vida, afirmó que “[S]i el niño que está esperando la cirugía puede sentir dolor, el niño que está esperando el aborto también puede sentir dolor” (Belluck, 2013).

Para fundamentar su postura, Balch afirmó que un artículo publicado el año 2007 en la revista Behavioral and brain sciences constituye “una evidencia persuasiva de que el niño por nacer siente dolor a las 20 semanas” (Ibíd.).

Sin embargo, el autor del artículo, el neurocientífico sueco Bjorn Merker, aclaró que su investigación no trató dicho tema: “[n]o sabía que me habían citado en relación con el tema del aborto”, sostuvo (Ibíd.). Y es que, sin precisar las fuentes, medios religiosos afirman que un “ser exquisitamente sensible” como el feto es abortado, “es evidente que sentirá dolor, un dolor horrible”.

Al respecto, la evidencia es clara: “[l]a mayoría de los científicos […] no consideran que el cableado neurológico para sentir el dolor esté apto hasta que el feto esté más avanzado en el embarazo, más allá del punto en que ocurren casi todos los abortos” (Healy, 2016).

3. El feto carece de consciencia

Otro argumento del sector Provida indica que los abortos no deben ser practicados, ya que el feto es consciente del entorno que lo rodea. Sobre este aspecto, la neurología es clara: sin sistema nervioso central, no hay consciencia. ¿Cuándo, entonces, es que dicho sistema comienza a desarrollarse?

Michael Gazzaniga (2005), uno de los neurocientíficos cognitivos más respetados del campo, sostuvo en The ethical brain que la primera actividad eléctrica en un feto ocurre entre las semanas 5 y 6. Sin embargo, “no es una actividad coherente del tipo que subyace en la conciencia humana, ni siquiera la actividad coherente que se observa en el sistema nervioso de un camarón” (p. 5).

En la semana 13 comienza a desarrollarse el cuerpo calloso y para la semana 16, se empiezan a formar los lóbulos cerebrales. Sin embargo, “en este punto, el feto no es un organismo sensible ni autoconsciente; es más como una babosa de mar, un retorcido y reflexivo trozo de procesos sensorio-motores que no responden a nada de manera dirigida y con propósito” (Ibíd., p. 6).

Luego de la semana 17 ocurren las primeras sinapsis –la comunicación interneuronal que subyace a las funciones del cerebro. Durante la semana 23, el feto responde a estímulos aversivos. Para la semana 32, el cerebro controla la respiración y la temperatura corporal. Sin embargo, para Gazzaniga, “[n]o existe un sistema nervioso sostenible o complejo hasta aproximadamente seis meses de gestación” (Ibíd., p. 7).

Lagercrantz y Changeux (2009) consideran que in utero el feto está prácticamente dormido e inconsciente debido a la sedación endógena, por lo que un nivel mínimo de consciencia (análogo al de un ratón) empieza a mostrarse recién tras su nacimiento.

Puede que muchos de los componentes necesarios para el desarrollo de la conciencia estén en su lugar hacia el tercer trimestre, sin embargo, estos no son funcionales. Al momento del aborto, el feto no presenta consciencia del entorno.

Según las neurociencias, en lael actualidad no hay evidencia que respalde que un embrión desarrolle consciencia. (Pixabay)

4. El aborto seguro reduce la mortalidad materna

Uno de los objetivos del aborto seguro es reducir la mortalidad materna a la que se enfrentan las mujeres que recurren a clínicas clandestinas. Al respecto, la evidencia es clara: “nadie pone en duda que el principal efecto de que el aborto deje de ser crimen y que el sistema de salud haga accesible los servicios de interrupción del embarazo, es la inmediata reducción de la morbilidad y la mortalidad asociada al aborto inseguro” (Faundes, 2015: 427).

Tras una revisión de números, Di Santi, Martínez y Vaccari (2018) indicaron que en España, Portugal, Rumania o Guyana la mortalidad materna cayó luego de la legalización. Semejante escenario ocurrió en Uruguay donde, según los investigadores, “los abortos eran responsables del 37% de las muertes maternas durante el quinquenio 2001-2005, y cayeron hasta representar alrededor de 8% entre 2011 y 2015”.

En la actualidad, Uruguay es el segundo país –después de Canadá– con la mortalidad materna más baja de América (Pecoraro, 2018). Tal logro ha posibilitado que el ejemplo uruguayo sea considerado un caso modelo en lo concerniente a derechos de la mujer. Esto porque las políticas implementadas «tuvieron un fuerte impacto no solo en la reducción de la morbilidad, sino también porque condujo a un cambio dramático en las actitudes de los profesionales de la salud y el sistema sanitario» (Briozzo, 2016: s5).

En un reportaje para el diario británico The Guardian, Filipovic (2018) citó el informe del Guttmacher Institute para afirmar que las políticas pro-elección son capaces de disminuir las tasas de aborto y la mortalidad materna. “Basta con mirar los datos”, asegura. La región con la tasa más alta es América Latina y el Caribe, donde también están algunas de las leyes más restrictivas del mundo. Para Filipovic “prohibir el aborto no lo hace menos común, pero sí lo hace menos seguro”.

Uruguay tiene el índice de mortalidad materna más baja de América Latina y es segundo en el continente (luego de Canadá). (Wikicommons)

5. El aborto seguro contribuye a la salud de la mujer

Apelando al “síndrome post-aborto”, el sector Provida asegura que abortar genera daños irreparables a la salud de la mujer. Sin embargo, dicho “síndrome” –vilmente empleado como instrumento político (Iglesias y Roffo, 2018)– esconde una historia truculenta.

Cuando Ronald Reagan, le solicitó a su cirujano general, C. Everett Koop, emitir un informe sobre los efectos del aborto, este se negó. Koop –quien era Provida– calificó el daño psicológico causado como “minúsculo desde una perspectiva de salud pública” (Bazelon, 2007).

Aunque desde los años 90’s se sabe que el “síndrome post-aborto” es un mito –pues “[l]as secuelas psiquiátricas significativas tras el aborto son raras, tal como se documenta en numerosos estudios prospectivos metodológicamente sólidos en Estados Unidos y países europeos” (Stotland, 1992: 2079)–, algunos consideran que constituye una forma de trastorno de estrés postraumático (Gómez y Zapata, 2005).

Lo cierto, sin embargo, es que el “síndrome post-aborto” no goza de evidencia científica, razón por la cual no ha sido aceptado por la American Psychological Association ni por la American Psychiatric Association. Los estudios que avalan dicho síndrome presentan gruesos errores metodológicos.

Según Major et al. (2009), muchos de aquellos estudios emplean mujeres con embarazos deseados como grupo de control, sin considerar antecedentes de enfermedad mental, pobreza y violencia de pareja. En cambio, estudios más sólidos emplearon solo mujeres con embarazos no planificados para comparar una cohorte que eligió abortar con otra que continuó el embarazo.

“La evidencia no apoyó la afirmación de que las asociaciones observadas entre aborto y problemas de salud mental sean causadas por el aborto per se, en oposición a otros factores de riesgo preexistentes y coexistentes” (Ibíd., p. 863).

Para Charles, Polis, Sridhara y Blum (2008) hay una clara tendencia: “los estudios de más alta calidad obtuvieron hallazgos que en su mayoría fueron neutrales, lo que sugiere pocas diferencias […] entre quienes abortaron y sus respectivos grupos de comparación” (p. 448), mientras “los estudios con metodologías más defectuosas encontraron secuelas negativas consistentemente” (Ibíd., p. 449).

Artículos publicados en medios religiosos como Aciprensa o Religión en Libertad defienden al “síndrome post-aborto”. Precisamente este último cita un estudio que expone los malestares psicológicos que causa el aborto. No obstante, dicha investigación (Coleman, Boswell, Etzkorn y Turnwald, 2017) –que no emplea el término “síndrome post-aborto”– se realizó mediante una encuesta online anónima con dos preguntas abiertas que no consideraron las influencias del entorno.

Para el psiquiatra Enrique Stola, el “síndrome post-aborto” es “un invento de fanáticos religiosos” (citado por Iglesias y Roffo, 2018). Y es que extensas investigaciones demuestran que abortar más bien favorece la salud de las mujeres.

Major et al. (2009) demostraron que la mayoría de las mujeres analizadas estuvieron satisfechas tras abortar. Un estudio realizado durante 3 años develó que el 99% de las mujeres investigadas afirmaron que abortar fue la decisión correcta (Rocca et al., 2015).

Asimismo, un estudio realizado durante 5 años (Biggs, Upadhyay, McCulloch y Foster, 2017) demostró que las mujeres a quienes se les negó abortar reportaron ansiedad, baja autoestima, baja satisfacción de vida y depresión. Para los autores, “[e]stos hallazgos sugieren que los efectos de negar un aborto pueden ser más perjudiciales para el bienestar psicológico de las mujeres” (Ibíd., p. 177).

Afirmar que el “síndrome post-aborto” ocurre por el aborto equivale a sostener que la depresión en personas transexuales ocurre por su propia naturaleza, y no por influencias del entorno. Muchas de las emociones experimentadas resultan ser normales en eventos significativos, por lo que los sentimientos de tristeza o angustia no producen daño mental serio (Black, 2018). Según Babbel (2010), “admitir que el aborto es una elección difícil no equivale a admitir que esté «mal»”.

El supuesto «síndrome post-aborto» es un invento de los grupoa religiosos. (Flickr)

Conclusiones

En Latinoamérica, la religión (principalmente cristiana) se opone al aborto y, con ello, a la evidencia científica. Por estos lares, militantes Provida que fungen de intelectuales demuestran lo fácil que es timar mediante información sesgada o falsa.

En otros países, religión y ciencia no confrontan. Recientemente, Irlanda –un país altamente católico– legalizó el aborto hasta la semana 16, sumándose a la lista de gobiernos a favor. En lo que a derechos sociales refiere, la historia sigue demostrando que su obtención –le pese a quien le pese– es cuestión de tiempo.

Según Leonel Briozzo, médico ginecólogo, Provida y exsubsecretario del Ministerio de Salud Pública de Uruguay, “[p]ara ser provida no alcanza con decir que se es, sino que hay que demostrar con los hechos que las políticas que llevamos adelante tienen ese efecto” (citado por Pecoraro, 2018).

El debate sobre la legalización del aborto no es un debate puramente ético (aceptarlo sobrepone la moral cristiana al estado laico) ni tampoco únicamente científico (los resultados son leídos desde una perspectiva específica). Sin embargo, la ciencia cumple un rol importante: brindar los fundamentos para una toma (racional) de decisiones.

Varios países siguen criminalizando la interrupción del embarazo por cuestiones cuestiones morales o religiosas. (Flick)

Referencias bibliográficas

-Babbel, S. (2010). Post Abortion Stress Syndrome (PASS) – Does it exist? Psychology Today.

-Bazelon, E. (2007). Is there a Post-Abortion Syndrome? The New York Times.

-Belluck, P. (2013). Complex science at issue in politics of fetal pain. The New York Times

-Biggs, M., Upadhyay, U., McCulloch, C. y Foster, D. (2017). Women’s mental health and well-being 5 years after receiving or being denied an abortion: A prospective, longitudinal cohort study. JAMA Psychiatry74(2): 169-178.

-Black, K. (2018). Some women feel grief after an abortion, but there’s no evidence of serious mental health issues. The Conversation. 

-Briozzo, L. (2016). From risk and harm reduction to decriminalizing abortion: The Uruguayan model for women’s rights. International Journal of Gynecology and Obstetrics134(1): s3-s6.

-Charles, V., Polis, C., Sridhara, S. y Blum, R. (2008). Abortion and long-term mental health outcomes: A systematic review of the evidence. Contraception78(6): 436-450.

-Coleman, P., Boswell, K., Etzkorn, K. y Turnwald, R. (2017). Women who suffered emotionally from abortion: A qualitative synthesis of their experiences. Journal of American Physicians and Surgeons22(4): 113-118.

-Derbyshire, S. (2006). Can fetuses feel pain? British Medical Journal332(7546): 909-912.

-Di Santi, M., Martínez, L. y Vaccari, S. (2018). Rubinstein: “En los países que legalizaron el aborto, la mortalidad materna bajó drásticamente”. Chequeado.

-Faundes, A. (2015). Malentendidos sobre el efecto de la legalización del aborto. Anales de la Facultad de Medicina76(4): 425-429.

-Filipovic, J. (2018). Want to lower the abortion rate? Support pro-choice policies. The Guardian.

-Gazzaniga, M. (2005). The ethical brainNY: Dana Press.

-Gómez, C. y Zapata, R. (2005). Categorización diagnóstica del síndrome postaborto. Actas Españolas de Psiquiatría33(4): 267-272.

-Healy, J. (2016). When can fetuses feel pain? Utah abortion law and doctors are at odds. The New York Times.

-Iglesias, M. y Roffo, J. (2018). El “síndrome post aborto”, eje de otra polémica en el debate por la legalización. Clarín.

-Lagercrantz, H. y Changeux, J.-P. (2009). The emergence of human consciousness: From fetal to neonatal life. Pediatric Research65(3): 255-260.

-Lee, S., Ralston, H., Drey, E., Partridge, J. y Rosen, M. (2005). Fetal pain: A systematic multidisciplinary review of the evidence. Journal of the American Medical Association294(8): 947-954.

-Major, B., Appelbaum, M., Beckman, L., Dutton, M., Russo, N. y West, C. (2009). Abortion and mental health: Evaluating the evidence. American Psychologist64(9): 863-890.

-Marlasca, A. (2002). Vida humana y persona. Medicina Legal de Costa Rica, 19(2).

-Miller, S. y Writer, S. (2016). Do fetuses feel pain? What the science says. Live Science.

-Pecoraro, N. (2018). Aborto en Uruguay: “La mortalidad materna es ahora la segunda más baja de América”, dijo el ex número dos de Salud Pública. La Nación (Argentina).

-Rocca, C., Kimport, K., Roberts, S., Gould, H., Neuhaus, J. y Foster, D. (2015). Decision rightness and emotional responses to abortion in the United States: A longitudinal study. PLoS ONE10(7): e0128832.

-Stotland, N. (1992). The myth of abortion trauma syndrome. Journal of the American Medical Association268(15): 2078-2079.

Nota del editor: El punto 4 fue modificado mínimamente el 20 de febrero. A las 12:55 (hora de Asunción).

COMENTARIOS FINALES DEL AUTOR

A ver, hay cosas que aclarar aquí, que ya estaban aclaradas en el artículo, pero veo urgente re-aclararlas.

Sobre el dolor fetal. Primero, empecemos por lo básico: un aborto (interrupción del embarazo) se practica en un embrión o en un feto. No hay abortos de bebés ni de niños ni de adultos. Cualquiera que piense que puede «abortar» un niño un adulto o está fumado o es imbécil. Segundo, la ausencia de percepción del dolor no es el único criterio; es uno de los 5 motivos por los cuales el aborto debería ser legal. Tercero, un feto está prácticamente sedado cuando está en el útero, de modo que cuando nace, adquiere un potencial de percepción del entorno y del dolor.

Sobre la consciencia. Tal igual como en el caso anterior, la ausencia de consciencia es uno de los 5 motivos por los cuales el aborto debe ser legal. No es el único. Si tú coges únicamente estos dos criterios, evidentemente vas a perder el horizonte de la propuesta como ya lo estás haciendo. Te repito: no hay abortos en niños ni en adultos.

La bioética, como lo indica su nombre, parte de la ética, pero no de todas las éticas, sino de una ética específica. Esta ética parte generalmente una moral judeo-cristiana, y esta moral judeo-cristiana, para este caso, es completamente anticientífica por las razones expuestas en el artículo. Por último, no existe una sola ética, existen muchas. La ética no está codificada en los genes ni fue enviada por diosito. La ética y la moral son instituciones culturales dependientes del contexto. Asimismo, nuestra legislación tampoco vino de los cielos ni está inscrita en nuestros genes; nuestras leyes son productos culturales, por ello es que existen muchas legislaciones. Si revisas la normativa de otros países, encontrarás que proponen diferentes cuestiones sobre el aborto, algunas veces más acertadas que nuestra legislación de origen judeo-cristiano.

Espero, ahora sí, se haya comprendido el tema.

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