La muerte de un Estado

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De la publicación de julio de 1975 de la revista Reason. Este artículo apareció originalmente en forma impresa con el título «Punto de vista: la muerte de un Estado».

Lo que ha estado sucediendo tan rápidamente en Indochina solo puede ser estimulante para cualquier libertario: porque lo que hemos estado viendo ante nuestros ojos es nada menos que la muerte de un Estado, o más bien de dos Estados: el régimen de Saigón en Vietnam del Sur, y el Régimen de Phnom Penh en Camboya. El proceso mediante el cual estos Estados se han derrumbado vindica una vez más las ideas de los teóricos de la guerra de guerrillas, desde libertarios como Charles Lee, a fines del siglo XVIII, hasta elaboraciones de teóricos comunistas modernos como Mao tse-Tung, Che Guevara y, en Vietnam, el general Vo Nguyen Giap. Es decir, que después de una lucha lenta, paciente y prolongada, en la que los ejércitos guerrilleros (respaldados por la población) reducen y desgastan el poder de fuego masivamente superior de los ejércitos estatales (generalmente respaldados por otros gobiernos imperiales), se produce el golpe final, en el que el Estado se disuelve y se desintegra con notable rapidez. Por supuesto, es cierto que, en Vietnam y Camboya, un Estado ha sido inmediatamente desplazado por otro; como era de esperar, ya que los insurgentes liderados por los comunistas difícilmente sean anarquistas o libertarios. Pero los Estados existen en todas partes; no hay nada extraordinario en eso. Lo que inspira a los libertarios es ver realmente la desintegración final y rápida de un Estado.

Como sólo el columnista de San Francisco Arthur Hoppe ha señalado, esta disolución de los Estados también confirma la percepción de los teóricos políticos, desde Etienne de La Boetie hasta David Hume y Ludwig von Mises de que, en el análisis final, todos los Estados, sean «democráticos» o dictatoriales, descansan, para su continua existencia, en el apoyo mayoritario de sus súbditos. Una vez que ese apoyo finalmente se destruye, el Estado —aparentemente potente y todopoderoso sólo unas semanas antes— se desintegra y muere. En el caso de Vietnam del Sur, el ejército ARVN era aparentemente fuerte y poderoso; un millón de personas, equipado con literalmente miles de millones de dólares en armas americanas y ayudado a lo largo de los años por cientos de miles de millones de dólares de asistencia y apoyo americano, y por medio millón de soldados americanos. Nada de esta superioridad y poder de fuego pudo finalmente prevalecer contra la voluntad y determinación de la masa de vietnamitas (y camboyanos) inclinados contra probabilidades aparentemente imposibles de desalojar a los gobiernos dictatoriales que eran títeres y clientes del imperialismo occidental (primero de Francia, luego de los EE. UU.) Al final, el ejército ARVN simplemente depuso las armas y huyó, ignorando las órdenes de su cadena jerárquica de comandantes de Estado, desde el Presidente hasta los suboficiales. A los ojos de los soldados del ARVN, así como de las masas, el Estado de Vietnam del Sur ya no era creíble, ya no más. Por lo tanto, los gobernantes fueron ignorados y el Estado se disolvió, mientras los gobernantes y jefes de Estado, una vez enormes y todopoderosos, se convirtieron en un instante, en individuos aterrorizados e impotentes que se vieron obligados a huir con millones en ganancias mal habidas al seno del «mundo libre».

Otro motivo de regocijo libertario fue el golpe bajo que estos eventos le han dado al imperialismo americano y a la noción de que Estados Unidos tiene el deber moral, y el poder permanente, de instalar, apuntalar y gobernar gobiernos y pueblos en todo el mundo. Estamos siendo forzados a una política de «neo-aislacionismo», desafortunadamente no a través de la adopción de principios morales, sino a través de la comprensión concreta de que el imperialismo ya no es viable de manera realista.

Desafortunada y patéticamente, la Administración Ford-Kissinger, respaldada por el movimiento conservador americano, demostró hasta el último momento que, como los Borbones del pasado, no han aprendido ni olvidado nada. A medida que los resultados de sus propias políticas desastrosas se desmoronaban alrededor de sus oídos, todo lo que podían hacer era repetir, una vez más, sus viejos y gastados trucos falaces del pasado: el llamado a «una oportunidad más» de ayuda exterior masiva: 722 millones de dólares para continuar con mil millones de dólares en armas abandonadas en la ratonera vietnamita; denunciar el «neoaislacionismo»; llamar una vez más a la «responsabilidad» americana de «difundir la libertad por todo el mundo» (las dictaduras estatistas de Thieu y Lon Nol siendo ejemplos principales de «libertad»); a aullar sobre un próximo «baño de sangre» (¡esto viniendo de un gobierno que asesinó a millones de campesinos vietnamitas inocentes, llevó a cabo la mayor ofensiva de bombardeos en la historia del mundo y llevó a la muerte a más de 50.000 soldados americanos reclutados!) y preparar un mito fraudulento de «puñalada en la espalda» para culpar del colapso de Indochina no a ellos mismos, sino al movimiento antibélico y al Congreso Demócrata. Y así sucesivamente. Pero esta vez nada de eso funcionó. El pueblo americano estaba harto y cansado de nuestra prolongada y perdedora intervención en Vietnam, y la Administración Ford solo podía resonar los últimos cambios inútiles sobre la vieja bobada, mientras su política se convertía en un desastre total.

De hecho, fue la política americana de imperialismo —la política de Truman-Eisenhower-Kennedy-Johnson-Nixon-Ford— la responsable de empujar a Indochina a los brazos del comunismo. Reforzando y luego reemplazando al imperialismo francés; apuntalando regímenes dictatoriales impopulares y corruptos en nombre de la «libertad»; suprimiendo la propiedad campesina y devolviéndola a los terratenientes feudales creados por el imperio; extirpando sistemáticamente las fuerzas neutralistas; haciendo que todo lo americano sea odiado a lo largo de Indochina, los imperialistas americanos sólo lograron, al final, polarizar Indochina de tal manera de hacer inevitable un triunfo comunista. El colmo del absurdo fue la arrogancia del Pentágono al inducir al ARVN a apoderarse del territorio controlado por los comunistas so pretexto de los acuerdos de París, y luego permitir que el general «Big» Minh entrara y reemplazara a Thieu sólo en el literal último momento; ¡después de que el propio Estados Unidos expulsara a Minh del poder hace una década por ser insuficientemente agresivo contra los comunistas! Al final, Big Minh solamente estuvo en el poder el tiempo suficiente para ordenar una rendición.

Estados Unidos permitió sólo en Laos que se afianzara un régimen de coalición neutralista, e incluso allí lo hizo tan tarde para asegurar probablemente un fracaso final y un deslizamiento hacia el control comunista. En Camboya, fue precisamente el estúpido golpe de la derecha dirigida por la CIA contra el popular príncipe neutralista Norodom Sihanouk lo que ahora ha llevado al régimen comunista allí. El retorno a una política exterior aislacionista no es simplemente la única política moral y realista para Estados Unidos; probablemente sea lo único que podría tener una chance de evitar un eventual triunfo comunista en todo el Tercer Mundo. Pero si no aprendemos esta lección, y si nos permitimos caer en el mito de la puñalada en la espalda, sólo aseguraremos el triunfo a largo plazo del comunismo en el Tercer Mundo, después de un enorme costo en vidas y dinero americanos, y después de un gigantesco baño de sangre de gente inocente en todos los países que supuestamente estamos tratando de «salvar».


Traducido del inglés  por Virna Vega y revisado por Oscar Eduardo Grau Rotela. El artículo original se encuentra aquí.

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