Los generales turcos atacan de nuevo

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Septiembre de 1961. Ginebra, Suiza. Un compañero de clase turco mío llamado Turgut irrumpió en mi habitación, llorando: “¡esos cabrones han colgado a mi padre!” Los cabrones en cuestión eran los generales turcos. Derrocaron al gobierno civil de Adnan Menderes y colgaron al padre de mi amigo. Desde entonces, las poderosas fuerzas armadas turcas han tratado de derrocar al gobierno aproximadamente cada diez años.

El golpe militar de la semana pasada en Turquía fue el quinto golpe de estado desde la década de 1960. Muchos creían que las poderosas fuerzas armadas turcas, con 610.000 hombres armados, respaldados por 379.000 reservas entrenados, las segundas fuerzas armadas más grandes de la OTAN después de los EE.UU., finalmente habían sido llevadas de vuelta a sus cuarteles por el popular gobierno democrático del partido AK del presidente Recep Tayyip Erdogan.

Eso era lo que parecía hasta que el viernes pasado los tanques se apoderaron de los dos puentes que cruzan el Bósforo en Estambul, e iniciaron ataques contra objetivos clave, como estaciones de televisión, el cuartel general de la inteligencia turca, y edificios gubernamentales. Cinco generales de muy alto nivel y 25 coroneles constituían según se nos ha informado el centro de la revuelta.

Un comando de fuerzas especiales fue enviado a capturar o, más probablemente, a matar al presidente Erdogan, que estaba de vacaciones en un balneario, en Marmaris. Se las arregló para escapar minutos antes de que los conspiradores atacasen. Varios de sus guardaespaldas murieron. Erdogan se subió a un pequeño avión y voló a Estambul mientras dos aviones rebeldes F-16 cazaban a su avión black-out. El presidente y sus partidarios en el ejército reunieron a las tropas y a la fuerza aérea. Todo era inquietantemente similar al intento de golpe de estado de 1991, contra el líder soviético Gorbachov mientras estaba de vacaciones, trazado por los comunistas de línea dura.

Turquía y su predecesor, el Imperio Otomano, han sufrido de intromisiones militares y conspiraciones desde el siglo XVII, principalmente por parte de los cuerpos militares de élite, los jenízaros.

Los jenízaros de hoy son las fuerzas armadas turcas modernas. Durante mucho tiempo han sido atados cortos por el Pentágono. Al igual que los generales de América Latina, los pachás (generales)turcos eran muy de derechas, tradicionalistas, y dependientes de la financiación y las armas estadounidenses. Los pachás turcos también han sido virulentamente anti-musulmanes. Ellos consideran al Islam un retroceso y una amenaza para la oligarquía secular que siempre ha gobernado Turquía en virtud de las sucesivas juntas militares.

Los líderes del golpe creían que tendrían el apoyo popular. Lejos de ello, una multitud de turcos se lanzaron a las calles para mostrar su apoyo al partido AK de Erdogan y para llamar traidores a los insurgentes. Cinco turcos fueron atropellados por los tanques después de que tratasen de detener al ejército rebelde con sus cuerpos.

El gobierno culpó al destacado líder religioso sufí, Gülen, que vive, de entre todos los lugares posibles, en la Pennsylvania rural. Gülen dirige un vasto y sombrío imperio de negocios de educación religiosa que tiene una gran audiencia a lo largo de Turquía, e incluye a periódicos líderes, académicos y a muchos en el ejército.

Gülen fue un estrecho aliado de Erdogan, pero se pelearon y se convirtieron en enemigos acérrimos. Gulen era cercano a EE.UU. y, a menudo defendía a Israel. Al parecer, su exilio en los EE.UU. fue diseñado por la CIA.

Esto ha hecho que muchos turcos acusen a Washington de intentar derrocar a Erdogan, mediante el uso de los militares y de Gülen – lo que EE.UU niega.

Para añadir aún más misterio, el comandante de la base aérea turca Incerlik en el este de Turquía era un conspirador clave en el golpe. La Fuerza Aérea de los EE.UU. utiliza la base de Incerlik para las operaciones de Oriente Medio.

El piloto de F-16, que hundió un bombardero SU-24 ruso el año pasado, lo que provocó una gran crisis con Moscú, ha sido detenido en la redada del golpe. ¿Podría la emboscada del avión de combate ruso haber sido parte de un plan para avergonzar y socavar a Erdogan? Eso es lo que parece.

Por otra parte, el golpe de Estado recordó al mundo que EE.UU. mantiene entre 50 y 60 B-61 bombas termonucleares en Incerlik. Estas bombas H podían haber caído en manos de los rebeldes. ¿Qué propósito sirven hoy estas antigüedades de la Guerra Fría?

Volvamos al golpe. No fue sólo cosa de los Gulenistas, como afirma el gobierno de Turquía. Existe otro lado en el golpe: la derecha dura, secularista europeizada que considera al dictador militar Islamófobo de 1930, Kemal Ataturk, como un semi-dios y una religión de estado. Este sector se unió a los generales del ejército para derrocar a los últimos gobiernos de Turquía, manteniendo la nación inestable, caótica y afligida por las crisis financieras.

El golpe de la semana pasada fue un esfuerzo conjunto de la vieja guardia secular y de los Gulenistas para revertir la historia. Incapaz de derrotar al popular Erdogan en las urnas, siguen recurriendo a la violencia.

Las dos anteriores conspiraciones para derrocar a Erdogan, conocidas como Ergonikon y luego Sledgehammer, casi tuvieron éxito. El poder judicial de Turquía, el mundo académico, y los medios de comunicación estaban plagados de Gulenistas y secularistas de derecha. Los generales que participaron en estas conspiraciones fueron exonerados por los tribunales. El gobierno terminó con una guerra civil de 40 años dentro de sus propias filas. Es por eso por lo que casi 60.000 agentes anti-gubernamentales y civiles están siendo purgados. Un tercio de todos los generales están siendo despedidos o jubilados.

La respuesta de Occidente a la crisis fue una vergüenza.

En lugar de apoyar inmediatamente al asediado gobierno democrático de Turquía, Washington, Londres, París, Ottawa y todos los demás emitieron sólo un tibio apoyo, a medias. El Presidente Erdogan no les gusta, sobre todo a EE.UU. Él es musulmán, demasiado independiente, y da una respuesta insuficiente a las demandas americanas pese a su apoyo en la guerra contra el ISIS en Siria e Irak. Tal vez lo peor de todo es que Erdogan a veces es crítico con Israel por su represión de los palestinos.

Como resultado, los principales diarios neocon estadounidenses, como el Wall Street Journal, el Washington Post y New York Times destilan veneno contra Erdogan. La cobertura del golpe en la CNN fue sorprendentemente sesgada y desagradable, digna de la era Pravda. Los neoconservadores anti-Erdogan empezaron a difundir el bulo absurdo de que el golpe fue una operación de falsa bandera puesta en escena por el propio líder turco. Pero fue real. Incluso los partidos de la oposición de Turquía se pusieron del lado del AK de Erdogan.

Erdogan está lejos de ser perfecto. A menudo es demasiado autoritario y ha provocado un gran lío en Siria. Pero su triunfo en la protección de la democracia duramente ganada de Turquía debe ser alabado y fuertemente apoyado por sus aliados de la OTAN, empezando por EE.UU. – el cual fue rápido en apoyar el brutal golpe militar en Egipto. Es hora de que Washington diga la verdad sobre sus turbios vínculos con Gülen.


Traducido por Verónica Santamaría

Publicado originalmente el 31/07/2016.

Traducido del inglés por Verónica Santamaría, editoria de revista Libertario.es. El artículo original se encuentra aquí.

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