La capacidad de llegar a esos acuerdos dentro del parlamento probablemente resulte particularmente atractiva para un presidente como Trump. Después de todo, este hombre no solo es el autor de El arte del acuerdo: es orgullosamente no ideológico y llega a Washington con un ambicioso plan para los primeros cien días. Si puede comprar apoyo dando a un congresista el dinero para construir un aeropuerto con su nombre, Donald es exactamente el tipo de hombre que no tendría ningún problema en hacerlo.
Nada de todo esto dice que no haya buenas razones para el proceso del earmark. Como ha indicado el congresista Ron Paul, los earmarks dan al legislativo más control sobre el gasto federal a costa de la discreción del ejecutivo y sus múltiples instituciones. Son además una parte, no un añadido, del presupuesto federal y por sí mismos no aumentan el gasto público total. Si el Congreso estuviera lleno de miembros como Ron Paul, en la práctica habría pocos daños. Por desgracia, una vuelta a los earmarks probablemente coincida con miembros del Congreso encontrando nuevas justificaciones para proyectos federales, lo que puede ser parte de la razón por la que hemos visto un agudo declive en el gasto discrecional federal desde 2011.
Además, durante el discurso de la victoria de la pasada semana, expresó una postura ambiciosa sobre obras públicas, prometiendo gastar dinero para arreglar “centros de ciudades y reconstruir nuestras carreteras, puentes, túneles, aeropuertos, escuelas, hospitales” y otras formas de infraestructura, lo que resultaba música para los oídos de Nancy Pelosi en otra noche decepcionante para la inteligencia. Aunque la campaña de Trump expresaba una propuesta interesante destinada a pagar dichos proyectos principalmente con inversiones privadas (tal vez leyó algo de Walter Block durante la campaña), será interesante ver si la mantiene ahora que está en el cargo. Si no, el proceso de earmark es probable que resulte oportuno para ganarse los parlamentos republicanos que se han interpuesto en el camino de las propuestas sobre infraestructuras del propio Obama.
Esto no quiere decir que todas las noticias de la victoria de Trump hayan sido malas. El presidente electo continúa describiendo la Guerra de Iraq como un desastre, continúa hablando de bajar los impuestos, especialmente a las empresas estadounidenses, hay fuertes indicios de que podría acabarse con la desastrosa Ley Dodd-Frank y, sobre todo, sigue sin ser Hillary Clinton.
Pero cualquiera que espere que Washington se desvanezca bajo una administración Trump probablemente se vea decepcionado. Mucho.
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