¿Será bueno para la libertad el Presidente Rand? Historia y política hacen imposible esta predicción

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51lJMRld+OL._SY300_¿Usted cree que apoyar a Rand Paul para lograr la Presidencia es bueno para la causa de la  libertad?

Esta es mi increíble y decepcionante respuesta: No lo sé.

En verdad, no lo sé. Tampoco usted. ¿Por qué no podemos simplemente admitir esto?

La política tiene algo que nos conduce a una falsa sensación de certeza. Sin importar las tantas veces que las acciones en política contradicen a las promesas, seguimos pretendiendo saber a ciencia cierta lo que pasará cuando tal o cual candidato gane.  Sabemos que Juan será mejor que José, que Pedro será mejor que Miguel, y así por el estilo. ¿Cómo es que sabemos esto? Por lo que dicen en la campaña, nada más. Pero la verdad es que la retórica no es decisiva.

No estoy diciendo, a pesar de que la mayoría lo son, que todos los políticos son mentirosos. Sin duda muchos de ellos creen lo que están diciendo. El problema es más fundamental. El poder para cambiar el sistema no lo tiene ningún candidato electo para ocupar un cargo.  El sistema está, de hecho, formado por los que no han sido electos o designados. Es enorme la burocracia.  El cúmulo de leyes y normas que les da poder tiene una complejidad descomunal, imposible de comprender sea para una mente aislada o una generación.  El proceso para hacer reformas, escabroso. También se estructura de tal forma que los intereses especiales, que serían más afectados por la reforma, terminan decidiendo como termina.  Resulta así muy poco probable que el proceso logre resultados netos positivos para la causa por la libertad de los individuos.

Es por esa razón que se nota tan poca relación entre los resultados que se prometen y los que en realidad se logran. Reagan iba a disminuir el presupuesto público. Primero lo dobló, luego lo triplicó. Bush prometió una política exterior modesta. En vez de eso, la orientó a construir un imperio. Poner fin al Estado-Prisión y dar poder a las minorías fue la promesa de Obama; hoy, responsable de la arquitectura opresiva del actual Estado-Espía.

No importa que tan lejos se vaya a inspeccionar la historia, siempre encontrará una desconexión colosal entre las plataformas de campaña y las políticas que emergen. Un caso paradigmático es el de Franklin D. Roosevelt: prometió paz y un gobierno frugal, entregó fascismo corporativo y participación en la Segunda Guerra Mundial.

En la postguerra, muchas cosas buenas pasaron juntas en un mismo pequeño espacio de tiempo. En transporte de carga, líneas aéreas y telecomunicaciones hubo desregulación. Se abolieron los controles de precios a los combustibles. La política monetaria expansiva se contrajo. Todavía recibimos beneficios de esas reformas. ¿Quién orquestó esos cambios? El demócrata liberal Jimmy Carter, trabajando en el Congreso vía las oficinas del demócrata liberal Teddy Kennedy. ¿Quién lo hubiera imaginado? ¿Cuántos de los que votaron por Carter esperaban eso?

La política produce resultados contrarios a la intuición. ¿Quién gobernaba cuando se consiguió eliminar el límite nacional de velocidad en las carreteras, reformas en programa de bienestar y casi un presupuesto equilibrado? Bill Clinton, nada menos.

Quizás no esté de acuerdo conmigo. Podrá decir, a  pesar de  lo bueno (malo) que fue tal presidente, la alternativa de tal otro hubiese sido mejor (peor). Tal vez, sí. Quizás, no. Nunca lo podremos saber porque, en el mundo de la política y la acción humana, no hay forma de llevar un experimento controlado. La opinión de una persona sobre lo que “hubiese pasado” es tan buena como la de cualquier otra.

En cuanto a Rand Paul, no tengo problemas en reconocer que considera haber encontrado la forma correcta para hacer a los Estados Unidos de América un lugar más libre para todos. En papel, y hasta ahora, luce mejor que cualquier otro candidato. Es maravilloso que este aceptando Bitcoin. Su programa económico es sólido. Su apertura de diversidad demográfica: brillantemente atrasada. Sus propuestas de política exterior, un poco mejores que las alternativas.

¿Pero se saldrá con las suyas? Esa es una pregunta abierta. El “estado profundo” no va a responder bien a un administrador temporal que jure poner las cosas en su lugar. El resultado puede ser el opuesto a sus intenciones.

Las personas que se lanzan a una carrera por la presidencia, de alguna forma nunca se dan cuenta de ésta realidad: en un estado democrático, ningún hombre o mujer es un dictador. De hecho, a quienes conocemos como dictadores tampoco lo son. Hasta Nikita Khrushchev, en el punto más alto del poder de los soviéticos, de manera privada expresó nada menos que frustración por ser incapaz de control o cambiar el sistema. Una vez comparó éste con una bañera gigantesca, llena de masa de harina para hacer pan. Se golpea, exprime y manipula, pero todo queda prácticamente igual.

Muchos presidentes sienten eso mismo, no hay duda al respecto.

La claridad de su realidad presidencial viene con su primera gran responsabilidad.  El nuevo presidente tiene que nominar a posiciones públicas a 800 empleados – sujetos a la confirmación del Senado- para pretender dirigir o poner a funcionar el gobierno (pretender, porque los burócratas con puestos de por vida generalmente ignoran a los que llegan por nombramiento político).

¿De dónde vienen estas nuevas personas? Para lograr cumplir el proceso y asegurar que no se provoquen escándalos, éstos provienen de: 1) un grupo de políticos del Capitolio, especializados en asuntos del gobierno, 2) los más prominentes, ya pasados por chequeo previo, de los seguidores durante la campaña;  y 3) altos representantes de los intereses especiales que va a favorecer el nuevo presidente. De inmediato, todos estos empleados empiezan a recibir un cheque del gobierno y, de repente, tienen un interés en perpetuar y hasta expandir las instituciones para las que trabajan. Las personas que están diciendo que un Rand Paul en la presidencia va a salvarnos o a condenarnos están igualmente equivocadas. Todos estamos adivinando, incluyendo al propio Rand Paul. Vamos a enfriar el afán de crear santos o quemar brujas y dejar que el juego del proceso siga hasta terminar.

En todo caso, es más probable que la política sea un indicador rezagado de los cambios culturales, tecnológicos y económicos – y en estos sectores, hay muy buenas razones para estar optimista sobre la causa de la libertad, sin importar quien está supuestamente a cargo de la presidencia.


Publicado el  7 abril. Traducción por José Alfredo Guerrero. El artículo original se encuentra aquí.

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