Lo que puede decirnos el romance acerca de la regulación pública

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Las citas quizá sean el “mercado” más libre hoy en Estados Unidos y su falta de regulación nos puede enseñar poderosas lecciones acerca de los defectos propios de la regulación pública.

La mayoría de la gente reconoce lo absurdo de tratar de regular las relaciones románticas. De lo que no se dan cuenta muchos es de que el absurdo no deriva de la naturaleza de estas relaciones, sino de la naturaleza de la intervención del estado. Por las mismas razones por las que sería contraproducente regular las citas, regular muchas decisiones del consumidor es poco inteligente.

El valor subjetivo hace injusta la regulación pública

En lo que se refiere a las citas, vemos un amplio rango de gustos y deseos. A alguna gente le gusta citarse con intelectuales. Otros buscan deportistas. Algunas mujeres prefieren hombres ricos y acomodados, otras se ven atraídas por quienes buscan el peligro físico.

Mucha gente habla acerca de lo que podría calificarse como “atractivo objetivo”: algún tipo de puntuación física entre 1 y 10 con la que todos puedan estar de acuerdo. La verdad es que esas valoraciones objetivas son ficticias. La mujer que John piensa que es absolutamente guapa puede que otra persona la vea con indiferencia.

“Sobre gustos no hay nada escrito” no es solo algo que se pueda decir para menospreciar la cita de su amigo con alguien que encuentre poco atractivo. Es una explicación de nuestra individualidad. Al citarse, hay millones de gustos únicos y valoraciones subjetivas. Este rango de valoraciones hace que las regulaciones sean de por sí injustas, porque el valor percibido de otra persona como pareja romántica no puede cuantificarse.

Pero lo mismo puede decirse de que casi todas las regulaciones del gobierno. ¿Qué agente público debería tener autoridad para decir que por cierto trabajo se paga “demasiado poco” o es “demasiado peligroso” para ser legal? Esas decisiones deben dejarse a la gente que solicita esos empleos, que están más familiarizados con sus propias situaciones de lo que nunca podría estar un burócrata en Washington. Si Cathy necesita desesperadamente experiencia laboral, ese trabajo que paga 5$ la hora puede ser perfecto para ella, aunque se ajuste mal a otro que trata de pagar su hipoteca.

El favoritismo es propio de la regulación pública

A los defensores de la regulación pública les gusta imaginar un gobierno que aplica la ley por igual a todas las personas, pero un sistema así no ha existido nunca. Nunca puede existir, debido en parte a los valores subjetivos de los que están en el poder y en parte al sistemas de cabildeo y soborno que les llevó hasta ahí.

Los gobiernos en Estados Unidos, por ejemplo, tienen una larga historia de discriminación legal en el romance. Muchos estados prohibieron el matrimonio interracial, por ejemplo, hasta el caso Loving v Virginia en el Tribunal Supremo, que declaró inconstitucionales esas leyes. Todavía en 2003 catorce estados prohibían la homosexualidad. Además, la regulación pública del divorcio ha sido extensa.

Las relaciones privadas se han regulado para reflejar los objetivos políticos y valores de grupos influyentes de interés. Al mismo tiempo, esta discriminación en el romance se refleja en cómo discriminan los gobiernos a favor de sus compinches en los negocios.

Empresas como Solyndra, por ejemplo, con fuertes conexiones con el gobierno, recibieron subvenciones que no percibieron sus competidores. Por otro lado, nuevas empresas que compiten con participantes existentes en el sector se encuentran frecuentemente afrontando nuevas regulaciones, al tratar el gobierno de proteger a empresas establecidas a las que deberían superar en caso contrario. Uber, por ejemplo, afronta habitualmente obstáculos regulatorios en muchos estados a menos de agentes públicos que simpatizan con los taxis. En los negocios, igual que en la historia del romance, discriminar está en la naturaleza del gobierno.

La libertad no es perfecta, pero el gobierno empeora las cosas

Muchos oponentes al libre mercado acusan a sus defensores de prometer una utopía: ¡dejad que funcione el mercado y la vida será perfecta! Por supuesto, esta es una falacia de hombre de paja: los defensores serios de la libertad no prometen perfección.

Igual que en todos los demás casos de libertad, el “mercado” de las citas no es perfecto. Mucha gente ha tenido malas relaciones. El desamor es algo que sufre la mayoría de la gente. No todos encuentran alguien con quien casarse  que haga más feliz su vida.

Pero este libre mercado defectuoso es sin embargo mucho mejor del que sería con más intervención pública. Imaginemos una agencia pública que propósito sea “arreglar” las citas. Podría requerir licencias para citas, similares a las requeridas para trabajar en muchas profesiones. Igual que se han conocido gobiernos en el pasado que prohibían el divorcio por razones no aprobadas, podría continuar prohibiendo rupturas por nuevas razones “injustas”, como la raza de la pareja.

Una agencia como esa empeoraría las citas en dos formas principales. Primero, generaría una pérdida de libertad y privacidad, por ejemplo, ya que los agentes públicos podrían inspeccionar a las parejas en las citas para asegurarse de que cada uno tiene la licencia apropiada. Segundo, crearía consecuencias no deseadas. Por ejemplo, requerir a las personas adquirir licencias costosas para citarse podría significar que a la gente más pobre o los que no tengan tiempo para seguir un largo proceso de certificación, se les niegue el derecho a fraternizar con miembros del sexo opuesto.

Mucha gente considera cosas como las “licencias de citas” como algo absurdo, pero ¿por qué son más o menos absurdas que una licencia para cortarle el pelo a alguien?

Cuando se considera regular un mercado, la pregunta a plantear no es si los mercados libres son perfectos (no lo son), sino si la intervención pública hará más mal que bien. Las citas son hoy el mercado más libre de Estados Unidos y, como consecuencia, es un modelo tanto de lo que produce la libertad como de por qué la intervención pública es tan raramente algo bueno.


Publicado originalmente el 8 de abril de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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