Por qué es bueno depender económicamente de otro

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En discusiones públicas sobre política, las palabras independencia y dependencia hacen su aparición frecuentemente. Dado que la ideología política estadounidense se ha definido en muchos sentidos por la Declaración de Independencia, los estadounidenses piensan naturalmente que la independencia es buena y la dependencia es mala. Como consecuencia, los argumentos para implantar políticas públicas para reducir nuestra dependencia de otros (siendo la dependencia del “petróleo extranjero” su manifestación actual más común) encuentran a menudo una audiencia receptiva.

Por desgracia, nuestra comprensión de la dependencia y la independencia en contextos políticos y económicos es confusa.

La dependencia económica está limitada por la disponibilidad de otras alternativas

La dependencia económica no es lo mismo que la dependencia política. Supongamos que queréis comprar baratijas y venderlas en vuestra tienda. Supongamos que la mejor oferta que recibís es de 3$ y la siguiente mejor es de 5$. La libertad de elegir la opción de coste menor es independencia económica. Sea cual sea el proveedor que elijáis, os convertís en económicamente dependientes de ese proveedor, en este caso, el proveedor de menor coste. Supongamos que el proveedor de baratijas de 5$ tiene una excelente reputación de suministrar baratijas de calidad y puntualmente. Pero elegisteis al proveedor de baratijas de 3$ asumiendo el riesgo de que el suministro no se interrumpa, el coste no cambie o no deje de suministraros en absoluto. Os hacéis dependientes de las decisiones de ese vendedor (respecto de sus propias operaciones empresariales) y de su voluntad continua de venderos al precio original. El daño o riesgo potencial para vosotros es la diferencia de 2$ entre la mejor oferta y la siguiente mejor oferta.

En otras palabras, la independencia económica (el poder de elegir entre ofertas) normalmente coincidirá haciéndoos dependientes, hasta cierto punto, del socio comercial que elijáis. En este caso, aceptáis el riesgo de que podáis veros perjudicados por cambios en el acuerdo original (una oferta voluntaria).

Sin embargo es importante comprender los límites del daño potencial. Cuando los acuerdos son voluntarios, la disponibilidad de otras ofertas voluntarias pone un límite superior a los daños de la dependencia sobre un socio comercial concreto. En nuestro ejemplo, si desaparecen las baratijas de 3$, podéis acudir al vendedor de baratijas de 5$. Gracias a la independencia económica, hay una alternativa disponible y el daño se ha limitado a los 2$ de diferencia entre los dos tipos de baratijas. En ese sentido, el “daño” potencial es el grado en el que las ganancias actuales que estáis obteniendo de una relación comercial (con respecto a vuestras alternativas) pueden reducirse o desaparecer en el futuro. Si se sigue siendo libre de elegir entre competidores, sin embargo, la disponibilidad de acuerdos voluntarios con otros (es decir, competidores) garantiza que no habrá “daño” más allá de ahí.

La dependencia política no se refiere a decisiones, sino a coacción

La dependencia del gobierno contrasta enormemente con la dependencia económica. Como los gobiernos tienen poder para coaccionaros, pueden eliminar opciones que otros os ofrecerían voluntariamente. Y no solo pueden quitaros las alternativas que os protegerían del daño en acuerdos voluntarios. Es decir, pueden quitaros todo. Como dijo memorablemente Barry Goldwater: “Un gobierno lo suficientemente grande como para daros todo lo que queráis es lo suficientemente grande como para quitaros todo lo que tenéis.

La dependencia está bien, si es voluntaria

Así que, dado que la independencia económica es perfectamente coherente con la dependencia voluntaria sobre los socios comerciales que más nos beneficien, la decisión importante no está entre independencia y dependencia. La alternativa real que enfrentamos está entre la dependencia que resulta del acuerdo voluntario y la dependencia que resulta del control público.

“Dependencia petrolífera” y otras falacias

Es también importante señalar que los argumentos de la dependencia, como “reducir nuestra dependencia del petróleo extranjero”, son generalmente excusas equívocas para imponer restricciones políticas que dañan a los ciudadanos. Por ejemplo, el proteccionismo que se vende como una alternativa entre productores estadounidenses “buenos” y extranjeros “malos” ignora el hecho de que tratamos con estos extranjeros porque salimos ganando frente a nuestras alternativas nacionales. Y eliminar esas opciones superiores puede dañar gravemente a los estadounidenses. Una manera mejor de ver los resultados de esta discusión es como una conspiración entre productores y gobierno estadounidenses para dañar a los consumidores de EE. UU. y a los proveedores extranjeros que más les benefician.

Finalmente debemos cuestionar al forma en que se plantean normalmente los argumentos de dependencia: como si nunca fuera un problema depender de otros estadounidenses, sino que siempre es un problema al menos potencial depender de los extranjeros. ¿Realmente confiamos tanto en otros estadounidenses? Si es así, ¿por qué tenemos tantas leyes y cárceles para impedir que nuestros vecinos nos dañen? El hecho es que lo mejor que podemos hacer para facilitar confianza en nuestros vecinos nacionales es negarles la capacidad de coaccionarnos. Pero esa misma defensa de nuestra autopropiedad equivaldría a permitirnos confiar también en socios comerciales no estadounidenses. Por el contrario, el poder dañino del gobierno que se emplea repetidamente al servicio de algunos, aunque dañe necesariamente a otros, nos pone totalmente a merced de nuestros gobernantes, dándonos pocas razones para confiar en ellos.


Publicado originalmente el 18 de febrero de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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