Centro Mises (Mises Hispano)

Sí a la desigualdad. No a la pobreza.

Los hombres nacen diferentes en talento, capacidades y habilidades. Sus gustos y preferencias también son distintos. La gama de características propia de una persona es distinta, en grado y carácter, a la de los demás. Dos individuos, puestos el uno frente al otro, van a ser siempre distintos. Uno puede ser talentoso para una determinada actividad y el otro, mediocre. Uno puede encontrar sensato actuar de una manera concreta y el otro puede considerarlo equivocado. Cuando se permite la libre acción humana, este set de características y el azar influyen en una diferencia de resultados. Así, la diversidad supone la desigualdad material. Es imposible alcanzar la igualdad si no es eliminando la libertad, lo que conduce inexorablemente a la tiranía.

A lo largo de la Historia son innumerables los casos en que este proyecto ha dado lugar a la miseria además de la tiranía. Pensemos, por ejemplo, en la Norcorea de la dinastía Kim, la Cuba de los Castro y la Venezuela chavista. En ellas, la élite política –con su afán igualitarista- ha impuesto regímenes autoritarios y sumido al pueblo en el más brutal pauperismo. ¡Una pobreza igualitaria!… aunque sólo para el pueblo llano: los gobernantes, en cambio, se enriquecen y se dan a la buena vida. Como veremos, no debe resultar extraño que el igualitarismo suponga pobreza.

En una sociedad de mercado competitivo la mayor fortuna de unos se debe a su capacidad para crear valor y beneficiar a la comunidad. Esto, entregándole los mejores productos al menor precio. La única manera de enriquecerse en un mercado libre es satisfaciendo las necesidades ajenas, o sea contribuyendo al enriquecimiento ajeno. En la libertad todos somos y nos hacemos mutuamente más ricos. Como bien lo entendió Friedrich Hayek, la desigualdad material es el aliciente de la cooperación humana.

No obstante, cuando el igualitarismo se convierte en norma y consigna, es comprensible que suceda lo contrario. Porque si todos los hombres, hagan lo que hagan, están condenados a tener igual cantidad de bienes, se elimina el incentivo para esforzarse. ¿Por qué alguien habría de esforzarse más que el resto si no va a ser más rico que ellos?  Cuando esa lógica se extiende en la sociedad, entonces la productividad disminuye, los ingresos decaen, la riqueza desaparece y crece la pobreza. Contrariamente a lo que algunos pudieran pensar, reducir la desigualdad no impulsa el crecimiento económico, y puede incluso eliminarlo. Es la pobreza, no la desigualdad, la que se debe combatir.  Después de todo, usted y yo queremos una sociedad sin pobres, no una sin ricos, ¿cierto?

El camino hacia una sociedad más rica es largo y arduo. Requiere despertar en la ciudadanía un espíritu emprendedor, dar lugar a la iniciativa privada, permitir que las personas desarrollen sus talentos. Respecto a la política económica, hay una serie de cosas que podría hacerse:

Primero, bajar los impuestos. Mientras más bajos, mejor. En competencia, las empresas deben atraer a los consumidores, así que esto significa menores precios. Por lo tanto, un mayor poder adquisitivo. El mismo sueldo permitirá comprar más cosas.

Segundo, eliminar las barreras al libre flujo de capitales. La llegada de recursos monetarios, maquinarias, capacitación, permitirá aumentar la productividad de cada persona (la producción en un intervalo de tiempo) y, por ende, también su remuneración.

Tercero, eliminar las barreras al libre comercio. Si Chile produce cosas que casi nadie más produce, podrá venderlas al extranjero. Si otros países producen cosas que aquí no se producen, o las hace más baratas, Chile podría importarlas. De cualquier modo, se beneficiaría, con menores precios en las importaciones y mayores empleos en las exportaciones.

Cuarto, concesionar o privatizar lo más posible. Esto permite disminuir el gasto estatal y también los precios, y mejorar la calidad de las prestaciones, adaptándose a las preferencias de los consumidores. Por lo tanto, los recursos se usarán de manera más eficiente.

Con esto, en el mediano y largo plazo, la situación general del país debería mejorar lo bastante como para reducir la pobreza de tal modo que sea sólo una ínfima fracción de la población la que no logre satisfacer por sus propios medios sus necesidades básicas. Y, para ella, debería ser suficiente la asistencia de organizaciones filantrópicas.


Artículo publicado originalmente en Chile B.

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