¿Necesita el Tercer Mundo más portátiles?

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Todo por faltar un perro. “¿Qué es un perro?”, pregunté.

El jamaicano de mediana edad sonrió: “El perro es esa pequeña pieza de aquí”. Se arrodilló apuntando a la rueda trasera de sus bicicleta rota apoyada contra el bloque de cemento estucado de la pared que limitaba su bien cuidado jardín. Se levantó, me miró a los ojos y preguntó: “¿Puede traerme uno nuevo cuando vuelva de Estados Unidos?”

Veréis, mi amigo realmente necesitaba un perro (el término local para la pequeña pieza rota del ensamblaje de la rueda) para arreglar la bicicleta que usaba para trabajar. Las tiendas locales de bicicletas (una especie de chabolas de bicicletas) no tenían existencias de la pieza. Y aunque los tuvieran el precio de un perro vendido en la isla habría sido demasiado caro para que lo pagara un jornalero.

Claro que me hubiera encantado traerle uno de vuelta, pero no iba a volver ya que mi servicio en los Cuerpos de Paz de EEUU estaba a punto de acabar. La bicicleta (un regalo de un pariente generoso y bienintencionado de mi amigo) se oxidaría lentamente contra la pared bajo la lluvia y los vientos ligeramente salados, todo por faltar un perro.

Este incidente fue una de las muchas lecciones de economía del Tercer Mundo que recibí como voluntario de los Cuerpos de Paz en Jamaica a principios de la década de 1990. Otro incidente fue la abrupta cancelación de la clase de informática que había iniciado en una escuela secundaria local. El perro volvió a morder, esta vez en forma de teclado defectuoso, que estropeó el programa. Por faltar un simple teclado de 10$, un PC de 1.500$ se quedaría sin usar.

Estas lecciones vienen a la mente cuando escucho cada vez más acerca de la idea de proporcionar computadoras portátiles a millones de estudiantes en países del Tercer Mundo. La idea suena maravillosa, incluso utópica. Pero el perro volverá a morder y esta idea sin duda fracasará.

¿Qué hace que el pero reaccione así? Bueno, por supuesto, las estructuras políticas y económicas de los países del Tercer Mundo (como Jamaica). Durante mi servicio, la economía política jamaicana se basaba en un gobierno centralizado e intervencionista, una supuesta democracia en donde distritos blindados registraban victorias abrumadoras del 99%, una isla en la que el partido gobernante tenía relaciones estrechas con Castro en los 70, una nación cuyos partidos políticos dirigen bandas de droga para conseguir fondos y obligar al poder político, un país en el que la confiscación y nacionalización de la propiedad privada está a un golpe de bolígrafo de la realidad.

Jamaica es una nación en la que mis alumnos creían que la solución a los males del país era “pedir más dinero al presidente Bush”.[1] Sé por qué. La ayuda de EEUU raramente llega a una pequeña escuela en el campo. Había demasiados burócratas hambrientos de dólares conduciendo Fords de último modelo rodeando la agencias públicas y ONG de la capital, Kingston, como para permitir que escapara mucho dinero. Y tampoco hubiera importado que se filtrara algún dinero; el dinero siempre iba al PC cuando era el perro lo que se necesitaba. Mises explicó hace mucho esta incapacidad de los planificadores centrales de llevar a cualquier economía en una dirección que no sea la Avenida del Caos.

Además, los jamaicanos sufrían debido a un tipo oficial de cambio que estaba en torno al 30% por debajo del mercado negro activo de dólares. Esto, unido a aranceles proteccionistas absurdos y políticas inflacionistas, ponían en el coste del perro que necesitaba mi amigo por encima del precio que podía pagar.

Todo esto generaba que existieran codo con codo las típicas actividades contradictorias del Tercer Mundo: agua y tarifas eléctricas a un precio inasequible obligando a los habitantes a interceptar tuberías y cables, sin que a nadie le importara realmente ya que el gobierno poseía los servicios; hoteles turísticos (en su mayor parte exentos de aranceles y cuotas) y agencias públicas llenos de comida mientras a las tiendas locales les faltaba lo más esencial.

Así es la vida en el Tercer Mundo.

La idea del portátil está condenada al fracaso. Lo que es peor, como el fracaso es el resultado de la política, el coste, como es habitual, lo asumirán los contribuyentes. Habrá ganadores, quienes viven como peces piloto, comiendo restos de las víctimas de un tiburón gubernamental atiborrado. De hecho, la idea del portátil parece ser el resultado de algo parecido a un pez piloto susurrando al oído de su adulado tiburón, animándole a atacar para poder tener más resto sin esfuerzo para el pez embaucador.

Al público general en estados Unidos se le venderán los supuestos beneficios de proporcionar portátiles a los estudiantes pobres del mundo y esperar como Pollyanna que salga el sol en una utopía educativa mundial. Un amanecer que nunca llegará.

Hay muchos defectos en esta visión. Primero, aunque la solución se venda como resultado de donantes altruistas, la verdad es que organizaciones públicas y  pseudogubernamentales (como el Banco Inter-Americano de Desarrollo) están esperando en las bandas. Con los tiburones al ataque y el pez piloto a su lado, el fracaso es imposible. Oh, el programa no valdrá una mierda, pero eso no es un fracaso a los ojos del gobierno. Es simplemente la señal de que debe invertirse más dinero, enviarse más portátiles, más, más, mas. ¿Fracaso? Ni pensarlo.

Otro problema adicional es el pequeño perro que hay dentro de cada dispositivo electrónico. Y una vez que el perro vaya mal, el portátil se dejará en el polvoriento rincón de un armario en algún lugar del campo. Incluso si los estudiantes tienen mucho cuidado con sus nuevas máquinas, muchas simplemente se averiarán. Y sin una estructura de capital para realizar reparaciones ni una economía basada en fronteras libres de aranceles y cuotas, los perros de sustitución nunca llegarán a los portátiles estropeados.

Si queréis ayudar al jamaicano que llora por su perro y a los estudiantes que luchan en el extranjero, ayudando al tiempo a contribuyentes y consumidores de EEUU, animad el desarrollo de mercados libres internacionales y locales. Es una solución sencilla a lo que se ha convertido, por medio de continuas intervenciones públicas, en un asunto complejo. Una vez se han dado los pasos para abrir fronteras y permitir que los bienes se comercien sin barreras, aranceles y cuotas, el ingenio de los humanos que actúan resolverá correctamente la situación.

Por supuesto llevará un tiempo antes de que las estructuras de capital en países pobres puedan cambiar de las que soportan gobiernos despóticos a estructuras que respondan a los deseos de los consumidores en todo el mundo. Además, capitalistas y empresarios tendrán que convencerse de que un nuevo sistema social mantendrá sus inversiones a salvo de apropiaciones públicas. No es una tarea menor.

El proceso no se producirá de la noche a la mañana, ni dejará de ser doloroso. Pero el dolor a corto plazo rápidamente generará la aparición de perros baratos para el jornalero que necesite un transporte sencillo.


[1] Presidente Bush el Viejo.


Publicado el 25 de enero de 2007. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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