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Economía conductual y votantes irracionales

El auge de la economía conductual ha sido visto por los estatistas desde hace mucho como un duro golpe al libertarismo. Al argumentar que las personas son consumidores irracionales que son manipuladas fácilmente, la economía conductual parece argumentar a favor de la intervención del estado para salvarnos de nosotros mismos. En su libro superventas Predictably Irrational, el economista conductual Dan Ariely afirma que el consumidor irracional invalida los argumentos a favor del mercado libre, que dicen que la libre elección del consumidor lleva a la economía más eficiente y productiva. Como los consumidores son irracionales, afirma Airely, necesitamos que el gobierno intervenga y regule la economía.

Para muchos, más gobierno es una conclusión razonable de la premisa de Ariely de la irracionalidad del consumidor. Si los consumidores no pueden seleccionar racionalmente los bienes y servicios que necesitan, entonces quizá el gobierno puede elegir más sabiamente por ellos. Pero cuando se mira más profundamente, la economía conductual proporciona una acusación convincente contra el sistema político.

Los economistas conductuales afirman que los consumidores no pueden elegir productos racionalmente en el mercado libre. Pero, si es así, ¿qué nos cualifica para elegir a los cargos electos que prometen dirigir nuestras vidas en nuestro nombre? Dentro del análisis de Airely, dos asuntos (el poder de lo “gratuito” y el concepto de rebaño) señalan cómo la premisa de la irracionalidad del consumidor socava cualquier fe en el concepto de política electoral.

La palabra “gratis”

Los economistas conductuales argumentan que los consumidores pierden la cabeza cuando se enfrentan a la palabra “gratis”. En Predictably Irrational, Ariely argumenta que gratis “es un disparador emocional, una fuente de excitación irracional”. Para demostrar esta afirmación, cita un experimento en el que se pedía primero a los consumidores elegir entre un bombón de Hershey de 0,01$ y una trufa de Lindt de 0,30$. Los consumidores elegían el Lindt por un gran margen, porque una trufa de Lindt a 0,30$ es una ganga. Pero cuando los experimentadores rebajaron el precio de cada producto en 0,01$, de forma que el Lindt valía 0,29$ y el bombón de Hershey era gratuito, el número de consumidores eligiendo el Hershey fue de más del doble.

Según Ariely, el atractivo de conseguir algo gratis cortocircuita la racionalidad de la gente y le hace elegir un producto peor, solo porque es gratuito.

Antes de continuar, debemos advertir que la conclusión de Ariely de que nuestro amor por lo “gratuito” es irracional ignora la idea del valor subjetivo. Si los consumidores tienen cierto entusiasmo por obtener un producto “gratis”, entonces los consumidores están sencillamente haciendo el cálculo racional de que el valor del entusiasmo excede el valor del chocolate Lindt. Ariely define la excitación creada por la palabra “gratis” como irracional, pero la excitación es simplemente parte del cálculo realizado por los consumidores. Para Ariely, el valor de un producto solo cuenta si puede calcularse de cifras en dólares, pero, por supuesto, sabemos que esto no es verdad.

Llamémoslo “irracional” o no, hay sin embargo pocas dudas de que la palabra “gratis” tiene una enorme relevancia en los cálculos mentales de las personas. Pero si la gente está obsesionada con lo “gratuito”, como afirma Airely, ¿por qué puede estar cualificada para votar? ¿Cómo puede confiarse en que, como consumidores, elijamos entre dos políticos que nos ofrecen sanidad gratuita, prestaciones sociales gratuitas, un medio ambiente limpio gratuito o dinero gratuito? Entre un político razonable e inteligente que nos prometa servicios públicos por los que tengamos que pagar y un político menos cualificado que mintiera y nos prometiera un gobierno gratuito, el experimento de Airely sugiere que los consumidores elegirían irracionalmente este último. Pero el consumo político irracional socava cualquier argumento a favor de un gran gobierno elegido democráticamente, porque rechaza el ideal de que elegiremos a los mejores y más brillantes para liderarnos.

Rebaño

Los economistas conductuales también destacan el concepto de rebaño: la gente atribuye valor a algo a lo que otra gente atribuye valor. Ariely pone el ejemplo de las colas en restaurantes. Si vez a cinco personas esperando en cola fuera de un restaurante, puedes pensar: “vaya, el restaurante tiene a cinco personas esperando para entrar, ¡debe ser bueno!” Podrías ponerte a la cola. La siguiente persona en pasar, viendo a seis personas fuera del restaurante pensará entonces lo mismo. Ambos os ponéis a la cola, pero ninguno de ambos sabe si la comida es buena. Los consumidores hacen cola, no porque sepan que quieren el producto por el que hacen cola, sino porque el producto es popular.

En la medida en que este concepto sea real, también es un argumento contra el gran gobierno representativo. Implica que los votantes eligen a su candidato, no de acuerdo con quién sea mejor, sino de acuerdo con quien sea más popular. La gente votará por Obama porque lo hicieron sus amigos, pero sus amigos pueden haber votado por Obama también por el factor rebaño. Según la economía conductual, podríamos esperar que mucha gente votara por Obama (o Romney, o cualquier otro candidato) sin tener ninguna buena razón para hacerlo.

Votantes irracionales

Una república funcional se basa en un electorado racional e inteligente para elegir a sus líderes. Por eso tanta gente confía en el gran gobierno: confía en los efectos purificadores del proceso electoral y confía en que los mejores y más brillantes se ganarán la confianza de los votantes y serán elegidos para el cargo. A partir de ahí, los mejores y más brillantes pueden dirigir sabiamente el país y las vidas de sus ciudadanos.

Este ideal, como sabe cualquiera familiarizado con el Congreso, es más que un poco ridículo. Pero lo interesante es que economistas conductuales como Ariely, que defienden públicamente más gobierno democrático, revelan justamente lo ridículo que resulta. Si los consumidores son irracionales, como argumenta Ariely, probablemente elijan a políticos que no representen sus intereses o no tengan ideas coherentes. ¿Por qué deberíamos confiar en esos hombres y mujeres para dirigir nuestras vidas?

Sabiendo que la política electoral lleva al cargo, no a los mejores y más brillantes, sino simplemente a los mejores en apelar a los votantes irracionales, ¿no deberíamos querer restringir su poder? ¿No deberíamos confiarles menos influencia sobre nuestras vidas y no más?

Las ideas de la economía conductual crean lo que es esencialmente una Trampa-22 para estatistas que intentan usarla. Si la definición de Ariely de la racionalidad es errónea, los austriacos tienen razón, luego es imposible planificar una economía y obtener resultados eficientes de la política del gobierno. Por otro lado, si la economía conductual tiene razón, entonces la socialdemocracia puede verse como el producto de un sistema político irracional.

No apoyo la economía conductual. Como la mayor parte de los campos de estudio, tiene algunos hallazgos y algunos defectos. Pero si las observaciones de Ariely sobre el poder de lo “gratuito” y los problemas de rebaño tiene  algo que enseñarnos, es que el proceso democrático moderno es esencialmente defectuoso y que el libertarismo e incluso el anarquismo pueden ser las alternativas más racionales.


Publicado el 3 de febrero  de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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