10 lecciones de economía (que los gobiernos quisieran ocultarle)

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He aquí la introducción y primer capítulo del libro 10 Lecciones de Economía (que los gobiernos quisieran ocultarle) escrito por Juan Fernando Carpio Tobar-Subia.

Introducción: Dos apuntes sobre el mercado y el capitalismo

¿Redujo a niveles de subsistencia a millones de personas el capitalismo?

Suele aducirse -por ejemplo en la obra de Eduardo Galeano- que el capitalismo es una especie de fuerza o fenómeno que arriba a una comunidad y produce en ella una repentina desigualdad de tipo injusto al reducir a cientos de miles o millones de personas a condiciones deplorables. Esto sería, supuestamente, la otra cara de la medalla del enriquecimiento de una minoría en parte rentista desde antes y en parte explotadora empresarialmente desde entonces. En otras palabras, que muchos tuvieron que empeorar su calidad de vida para que otros la mejorasen.

Esto es falso.

Como explica F.A. Hayek (Nobel en Economía, 1974) en su investigación “El capitalismo y los historiadores”:

The proletariat which capitalism can be said to have ‘created’ was thus not a proportion of the population which would have existed without it and which it degraded to a lower level; it was an additional population which was enabled to grow up by the new opportunities for employment which capitalism provided.

Es gracias a la inversión de fondos previamente ahorrados (eso es en suma el capital) que existen salarios. Es decir, de las ganancias previas o esperadas surgen los salarios. No existió nunca una etapa en que todo fuera salarios como sostuvieron Adam Smith y Karl Marx (ver Reisman, “Capitalism”, pp. 476-479). Por el contrario, todo en una situación social primitiva (de trueque, incluso) son ingresos por ventas. Todos los participantes son vendedores, autoempleados, que según acierto o error tendrán ganancias o pérdidas. De esas ganancias presentes o potenciales es que aparece el salario al contratarse a otros.

En otras palabras, tanto histórica como teóricamente grandes números de gente -las clases medias- deben su existencia al capitalismo. No es gente empobrecida vía explotación sino gente que puede existir literalmente gracias a la inversión de los capitalistas en nuevos métodos y herramientas que permiten a más gente vivir mejor cada vez. En eras agrarias la población no podía aumentar sin empobrecerse -la infame trampa malthusiana- pero ahora -y tanto más mientras más libertad económica durante más tiempo haya en un territorio- cada persona adicional profundiza la división del conocimiento y enriquece a la sociedad. No vienen sólo bocas ni sólo manos, sino mentes. En etapas agrícolas tanta inventiva era imposible: el talento humano era poco valioso, se apreciaba más su músculo. En la etapa industrial y de servicios, hay espacio para todos y en cada vez mejores condiciones. El capitalismo -el poco o mucho que tenga cada uno en su país- nos liberó de la trampa malthusiana, es decir, de la pobreza.

Viva mejor gracias al Capitalismo

En el principio todos eran pobres.

Luego -hace relativamente muy poco en la Historia- aparecen las empresas comerciales y el panorama cambia radicalmente para una gran porción de la humanidad. Descartada la burda falacia de que el colonialismo enriquece, demos paso a la explicación de por qué la empresa privada es el fundamento del bienestar general de una nación y así ha sido para el llamado Primer Mundo y gran parte de Asia. Al contrario de lo que Karl Marx y Adam Smith incorrectamente pensaron, la forma “primitiva” en que se obtenía un ingreso, no era por definición un salario si no una ganancia.

Hacer esta distinción permite apreciar el fundamental papel de las empresas en la creación de riqueza para una nación. Como explica G. Reisman, mientras más capitalista sea el sistema económico, más altos son los salarios pagados a los trabajadores. Los capitalistas no deducen sus ganancias de la “plusvalía no entregada” a los trabajadores. Por el contrario, los trabajadores reciben un salario que es un costo que los capitalistas (empresarios) deben descontar de su ingreso, que en principio sería totalmente ganancia.

Para entender esto, imagínese que usted es alfarero. Todo lo que usted obtiene por ventas luego de costos, es ganancia. Para crecer, no le queda otra alternativa que contratar más gente. Pero la ganancia -la creación de valor y los clientes- son producto de su mente y su creatividad. Es decir, usted no le roba la ganancia a su colaborador contratado, si no que usted es responsable por la creación de un salario para alguien, que se resta como costo de esa ganancia pura. En otras palabras, Marx basó toda su teoría económica sobre una falacia, una gran mentira teórica e histórica. El valor no se encuentra en el trabajo en sí mismo, si no en el tiempo y creatividad dedicados a la creación de productos y servicios que mejoran la calidad de vida para nuestros semejantes.

Es en esa valoración subjetiva donde está el centro de la creación de riqueza, no en las horas trabajadas, y eso implica una comprensión de la Economía radicalmente distinta. Lo interesante es que con el desarrollo económico capitalista, la división del trabajo aumenta y el recurso humano comienza a ser escaso frente a los otros recursos (naturales y capital) complementarios para cualquier tipo de producción material. Así, se crea una competencia por los trabajadores, escasos frente a la producción creciente. Esta es la única razón, no hay otra, por la cual los salarios aumentan y compran más cada año en un sistema capitalista.

En ausencia de depreciación monetaria, cada incremento de productividad vuelv e más valioso al recurso humano con relación al resto de recursos y la gente puede comprar más cada año. En un sistema de libre competencia, mientras más exitosos y ricos sean los capitalistas, más altos serán los salarios con respecto a las ganancias puras.

Es por eso que la clase media aparece con fuerza en las ciudades comerciales e industriales, adoptando para su vida cada año inventos, elementos artísticos y estándares de vida que sólo recientemente eran un lujo de pocos. Taiwán, que hace 50 años tenía el mismo nivel de vida de Kenya, ahora tiene un ingreso por habitante 20 veces superior. Y tomando en cuenta que todos nos levantamos por la mañana para producir, ¿no quisiera usted que esas mismas 8-10 horas le permitieran comprar más cada año (o trabajar menos para alcanzar nuestro estilo de vida latino y no tan complicado)? Tal vez su hijo sería un gran artista o intelectual con lo ahorrado; o un nuevo Marx, quien vivió de herencias y de Engels -su Mecenas- mientras llevaba a media humanidad hacia el desastre.

Los siguientes artículos buscan que usted, estimado lector, vislumbre una serie de principios económicos convenientemente ocultados por el Establishment (el Estado, sus intelectuales de la corte y quienes viven de los privilegios resultantes) así como datos tan sólidos como poco conocidos.

I. La deflación puede ser muy buena

La herencia de Lord Keynes sobre la Economía contemporánea ha permeado incluso a círculos que no comparten su ideario estatista-intervencionista. El caso más lamentable es desde luego la propia Escuela de Chicago, que en su momento fue la más grande opositora al keynesianismo. Ambas vertientes comparten una concepción errada sobre los temas monetarios, y en particular, sobre la deflación.

La Gran Depresión de los 1930’s, generada por la Fed norteamericana aumentando el M2 durante los 1920’s bajo Hoover y generando un boom artificial, ha sido objeto de grandes debates entre las escuelas de Economía. Lo que para los keynesianos fue una bendición, el intervencionismo burocrático de Franklin D. Roosevelt, para los chicaguenses fue un impedimento para una recuperación más breve. Pero ambas escuelas consideran que la Fed cometió un error al desacelerar el ritmo de impresión de dinero y medios fiduciarios. Se puede ver como ejemplo la afamada  “A Monetary History of the United States: 1867-1960” de Milton Friedman y Anna Schwartz. Ambas escuelas comparten una especie de pánico ante la posibilidad de que el llamado nivel de precios baje, pues lo relacionan con eventos como aquél, en que la contracción monetaria llevó a quiebras masivas y la imposibilidad de cumplir obligaciones con los bancos, en forma de un espiral destructivo que llevo al desempleo masivo y una gravísima crisis social.

Desde entonces, el término “deflación” tiene connotaciones negativas. Tanto es así que los keynesianos y chicagoenses tienen dos versiones gemelas sobre lo que debe hacer el gobierno para mantener el pleno empleo o la estabilidad de precios respectivamente, pues de lo contrario los efectos serán desastrosos. Es hora de rechazar esa posición por razones teóricas e históricas, basados en lo que Mises y otros han demostrado ampliamente sobre el dinero, el valor y los precios.

La deflación negativa: un efecto de una crisis natural o artificial

Cuando los gobiernos de corte “neoliberal”, es decir de intervencionismo tecnocrático disfrazado de libre mercado, como el de Color de Mello en Brasil de los 80’s, buscaban ajustar los desmanes inflacionistas de gobiernos anteriores, echaron mano a contracciones monetarias súbitas. El efecto general sobre los precios sin duda será la deflación, pero una causada de forma artificial. ¿Por qué llamar a algo así “deflación negativa”? Porque una contracción monetaria pone en aprietos a los deudores frente a los prestamistas, y con ello viene un espiral recesivo o incluso depresivo para la economía. Lo mismo podemos decir sobre el más reciente “corralito” argentino y también el desastroso feriado bancario ecuatoriano de 1999.

Si existe un shock externo u otra crisis económica “natural” como una caída en las exportaciones, también ocurrirá algo parecido. Habrá un ajuste de precios a la baja, pero de carácter negativo. Lo grave en este caso es que hay precios que son política y culturalmente difíciles de ajustar, principalmente los salarios. Parte del encanto de Keynes para los políticos es que les permitía crear una ilusión monetaria reduciendo los salarios reales sin reducir los nominales, imprimiendo más dinero. Más dinero para la misma cantidad de bienes y servicios, menor poder adquisitivo. Pero como la teoría de las expectativas racionales de Muth y Lucas demostró, la gente no puede ser engañada todo el tiempo y pronto vendrán exigencias de indexar los salarios a la inflación o de congelar precios, causando peores daños a la economía de las familias y generándose un engaño difícil de desmantelar.

La deflación positiva: el orden natural de las cosas

Hasta la Segunda Guerra Mundial, y en especial el tratado de Bretton Woods, los gobiernos solían manipular el dinero sólo en situaciones excepcionales, para financiar guerras o shocks externos políticamente. Fue típico de reyes y emperadores, pero desde 1948, lo hacen los bancos centrales. Y esto causa booms artificiales con quiebras masivas posteriores, pues una variable vital como la tasa de interés, deja de ser indicador de la cantidad de ahorro realmente disponible cuando se manipula políticamente inflando la oferta monetaria o de medios fiduciarios. Las implicaciones del proceso le valieron el Premio Nobel de Economía a Friedrich Hayek en 1974, como refinador de la teoría del ciclo económico que Ludwig von Mises, muerto el año anterior había ya sistematizado.

En ausencia de dicha emisión monetaria, empezaría a ocurrir lo que fue una constante en la historia humana: la baja de precios, o dicho de otro modo, una mejora del poder adquisitivo de las personas, debido al crecimiento económico. Sin bancos centrales presionando al consumo keynesiano ni a la estabilidad de precios chicagoense, la cantidad de dinero crecía según un limitante natural: la capacidad física de minería. ¿Por qué? Porque el dinero era un metal precioso o al menos los billetes eran automáticamente convertibles si se los presentaba en un banco. Dado que la cantidad de dinero dependía del mercado, los precios fluctuaban según la oferta y demanda de dinero generada por la propia sociedad (léase: mercado). Pero en este orden natural de las cosas, la cantidad de dinero crecía a un ritmo mucho más lento que la productividad de la mayoría de sectores de la economía. Y esto, sólo puede tener un efecto: el dinero se vuelve más valioso frente a otros bienes y servicios cada año. En otras palabras, el conjunto de la sociedad se vería beneficiado por el trabajo de los más ambiciosos, visionarios y creativos, que al competir, mejoraban la calidad y los precios para todos. Si una anciana que vive en la montaña, baja una vez al año para comprar provisiones, va a ver cómo sus monedas de oro compran más cada año. Igualmente pasará a nivel general con los salarios y los ahorros de los jubilados y la gente en situaciones más vulnerables. Esta deflación positiva es el resultado de tener una moneda de mercado, y dar rienda suelta (impuestos bajos, imperio de la ley, economía abierta internamente y al mundo) a los casi nunca apreciados benefactores de las grandes mayorías como Edison, Ford, Vanderbildt, Rockefeller o Bill Gates.

Otro efecto importante, es que los tomadores de préstamos cada año están en mejor posición frente a los prestamistas, pues su dinero gana valor. Es lo contrario a lo que ocurre con la inflación, donde pagar las deudas se vuelve más difícil. Por tanto, con deflación positiva la relación entre banqueros y clientes cambia a favor de los segundos, beneficiando a los primeros también inevitablemente. Los efectos

Finalmente, la razón por la cual el miedo a los precios decrecientes está totalmente infundado es que al contrario de lo que la teoría de la ganancia de Keynes y la teoría cuantitativa del dinero de los monetaristas chicagoenses sostienen, la rentabilidad empresarial no se ve afectada por la caída de precios ni el “consumo” debe ser el indicador más importante. Como La Ley de Say enseña, la producción lleva al consumo, y no al revés. Esto es tan simple y tan históricamente cierto (el que las familias vean sus salarios comprar menos cada año es algo nuevo en la historia, desde la Revolución Industrial hasta la Segunda Guerra Mundial lo común era que ganen poder adquisitivo), como el hecho de que si bien caen los precios de los bienes de consumo, también caen los precios de los bienes de capital y los insumos productivos. Esto mantiene rentables los proyectos empresariales, mientras beneficia a las grandes mayorías con creciente capacidad adquisitiva.

Conclusión

La baja constante de precios, tan temida por keynesianos y chicagoenses, en realidad es una característica original del sistema de mercado. Cuando ocurre porque la oferta monetaria adicional es nula o lo suficientemente baja, y la productividad trae mejores precios, es un efecto completamente deseable del capitalismo. Los temores teóricos deben ser abandonados: la cantidad de dinero puede ser estable y los precios estar constantemente a la baja. Aunque eso no beneficie a las élites financieras que viven actualmente de la inflación y la redistribución de pobres a ricos así como de los menos políticamente conectados a los mejor políticamente conectados, retornaríamos a lo que la benevolencia del capitalismo significa: una economía progresivamente mejor para todos, en que las necesidades básicas dejen de ser un problema y los bienes culturales y educativos estén al alcance de cada vez más gente pues ya superó la pobreza que la humanidad vivió durante 7.000 siglos pre capitalistas. Es hora de que los economistas ecuatorianos estudiemos “La Teoría del Dinero y el Crédito” de Mises, o la más reciente “Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos” del Prof. Jesús Huerta de Soto. De lo contrario, les estaremos negando a nuestros conciudadanos una mejora constante en la calidad de vida, en especial la de los más pobres.


 

El resto del libro lo pueden encontrar en formato Kindle (para iPad o PC también) en http://bit.ly/10Lecciones.

Juan Fernando Carpio es economista de la Escuela Austriaca, coach empresarial e individual (motivación, liderazgo, crecimiento personal) y articulista bajo la perspectiva libertaria. Escribe regularme en el Instituto Ludwig von Mises Ecuador y en su blog personal que pueden encontrar aquí.

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