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El virus del imperialismo (Parte 2)

Después de la “Guerra Civil” de Estados Unidos, el Partido Republicano, que durante el siguiente medio siglo disfrutaría de un poder político monopolístico solo comparable al de los bolcheviques en Rusia, empezó a glorificar a Abraham Lincoln. Durante su vida, Lincoln fue el más odiado e insultado de todos los residentes estadounidenses en la historia, como ha demostrado el historiador Larry Tagg en su libro The Unpopular Mr. Lincoln: America’s Most Reviled President. Varias décadas de propaganda del Partido Republicano y sus medios falderos de comunicación  asociados cambiaron todo eso. La glorificación de Lincoln llevó a la glorificación de la propia presidencia y finalmente a la de todo el gobierno federal.

El renombrado novelista Robert Penn Warren (autor de Todos los hombres del rey) escribió en The Legacy of the Civil War que la propaganda oficial del estado afirmaba que la Guerra Civil dejó a Estados Unidos con “Un tesoro de virtud” tan poderoso que a partir de entonces se supuso que todo lo que hiciera en adelante el gobierno de EEUU era virtuoso debido al hecho de que era el gobierno de EEUU el que lo estaba haciendo. Todo lo que tenía que hacer cualquier estadounidense para recordar al mundo “nuestra” virtud era simplemente recitar unas pocas líneas de uno de los discursos políticos de Lincoln acerca de “la última esperanza de la tierra” o nuestro supuesto deseo de “hacer libres a todos los hombres”.

La línea de la propaganda oficial del estado se complementaba con la influencia de los “progresistas” de finales del siglo XIX y principios del XX, muchos de los cuales eran pietistas postmilenaristas. Como escribía Murray Rothbard en su ensayo “La Primera Guerra Mundial como consumación: El poder y los intelectuales”, muchos de estos influyentes escritores, periodistas, políticos, predicadores, científicos y activistas políticos “poseían una intensa creencia mesiánica en la salvación nacional y mundial a través de Gran Gobierno”.

Woodrow Wilson era un pietista progresista del tipo más extremo. Después de enviar su “mensaje de guerra” el 2 de abril de 1917, escribía Rothbard, recibió una carta de enhorabuena de su yerno “y compañero pietista y progresista (…) el Secretario del Tesoro, William Gibbs McAdoo”. “¡Has hecho una cosa grande noblemente!”, escribía McAdoo, “Creo firmemente que es voluntad de Dios que Estados Unidos deba hacer este servicio trascendente a la humanidad en todo el mundo y que tú eres Su instrumento elegido”.

La política exterior estadounidense no ha cambiado lo más mínimo hasta hoy. Sigue basándose en la premisa de que los presidentes siguen poseyendo ese “tesoro de virtud” que les entrega el propio “padre Abraham” y de que son el pueblo elegido por Dios para gobernar el mundo y rehacerlo a su imagen. O algo así.

Wilson declaraba que “No gritaré ‘paz’ mientras haya pecado y maldad en el mundo”. Este fue probablemente la declaración más clara de política exterior de imperialismo de Estados Unidos nunca realizada y no es significativamente diferente de la declaración del presidente George W. Bush más de ocho décadas después de que su propósito en la “Guerra contra el Terrorismo”, como la llamaba, era supuestamente erradicar la tiranía del planeta. Esta insufrible santurronería se ha unido siempre a la influencia de contratistas de defensa hambrientos de beneficios en la alianza grandes empresas/gran gobierno que definió al progresismo a principio del siglo XX y que ha definido desde entonces la política exterior estadounidense.

Wilson tuvo su guerra para erradicar el pecado y la maldad en el mundo preparando el hundimiento de un trasatlántico británico llamado el Lusitania. Antes de que se hundiera el barco, Wilson sabía que estaba transportando armas y munición de EEUU a los británicos, pero rechazó advertir a los aproximadamente 100 pasajeros estadounidenses. El hundimiento del barco funcionó como un amuleto para excitar la histeria antialemana e inclinar a la opinión pública estadounidense en la dirección beligerante de Wilson. (Una expedición submarinista de 2008 descubrió más de catorce millones de municiones para rifle en el Lusitania, muchas de las cuales estaban en cajas con etiquetas de “queso” o “mantequilla”.

Aunque la Guerra de Wilson se libró supuestamente para extender la “democracia” en toda Europa, presidió y aplicó un gobierno totalitario en su propio país.

La Ley de Espionaje de 1917 imponía multas de 10.000$ y hasta 20 años de prisión para cualquiera que dijera o hiciera algo que el estado considerara como “desanimar el alistamiento” en el ejército. La Ley de Sedición de 1916 imponía sanciones penales similares por cualquier tipo de crítica al gobierno. Todos los materiales impresos estaban censurados, miles fueron deportados sin el debido proceso legal y grupos de vigilancia apoyados por el gobierno llevaban a cabo registros y confiscaciones sin orden judicial. El autor Upton Sinclair fue arrestado por leer en público la Declaración de Derechos, el poeta E. E. Cummings fue encarcelado durante tres meses y medio por escribir una carta a su madre diciendo que no odiaba necesariamente a los alemanes y en Nueva Jersey un tal Roger Baldwin fue arrestado por leer en público la Constitución. Esas eran las formas de la “democracia” estadounidense que Woodrow Wilson buscaba imponer en Europa a punta de pistola.

El engaño de Pearl Harbor

Robert Stinnett, autor de Day of Deceit: The Truth About FDR and Pearl Harbor, es un veterano de la Segunda Guerra Mundial que trabajó como periodista en el Oakland Tribune y la BBC durante varias décadas después de la guerra. Realizó su libro tras descubrir en 1993 que el U.S. Naval Security Group Command había decidido hacer públicos en archivos de la Universidad Maryland cientos de miles de mensajes militares japoneses obtenidos por estaciones de monitorización/espionaje de EEUU antes de Pearl Harbor. Estos registros no habían sido vistos por nadie desde 1941.

Lo que descubrió Stinnett fue que el presidente Franklin D. Roosevelt había implantado un plan de ocho puntos de la Oficina de Inteligencia Naval para provocar a los japoneses para que atacaran Pearl Harbor, un plan cuya parte más importante era mantener a la mayoría de la flota de EEUU atracada como patos en reposo en Pearl Harbor. Cuando el comandante de la flota de EEUU, el almirante James Richardson, protestó por permitir que sus marineros fueran usados como práctica de tiro de los japoneses, FDR le destituyó y le reemplazó por un oscuro oficial naval llamado contraalmirante Husband E. Kimmel.

Stinnett demostraba en su libro que Kimmel y el general Walter Short, comandante de las fuerzas armadas de EEUU en Hawai, no fueron informados acerca de las actividades japonesas antes del ataque. Después de que se produjera el ataque, se les acusó por ello y perdieron sus puestos de mando.

El aparato de espionaje de EEUU y sus secuaces han atacado con saña a Robert Stinnett desde que se publicó su libro, pero sus interpretaciones fueron validadas por una ley del Congreso en 2000. Ese año, el presidente Bill Clinton firmó la Ley de Autorización de Defensa que reconocía que a Kimmel y Short se les negó “inteligencia militar crucial” acerca de la flota japonesa antes del ataque a Pearl Harbor. Como Wilson, FDR tuvo su guerra, que llevó a cabo con la ayuda de su nuevo aliado y amigo, Josif Stalin.

Los “incidentes” del Golfo de Tonkin

Poco antes de su asesinato en noviembre de 1963, el presidente John F. Kennedy había empezado a retirar “asesores” militares de EEUU de Vietnam. Su sucesor, Lyndon Johnson, se inclinaba por lanzar una guerra total en Vietnam. Tampoco el público estadounidense tenía interés en una guerra civil a miles de kilómetros en Asia, pero fue fácilmente engañado para aceptar una en que acabaría matando a 55.000 estadounidenses.

El gobierno de EEUU empezó a proporcionar “secretamente” al ejército sudvietnamita lanchas cañoneras que se utilizaron para atacar la costa de Vietnam del Norte. Esto fue reconocido en 1964 por el Secretario de Defensa, Robert McNamara. Además había barcos de guerra estadounidenses rondando los puertos de Vietnam del Norte. Estos incluían al USS Maddox. Poner a los buques en riesgo de daño era la estrategia de Johnson al estilo de FDR para provocar un ataque de los norvietnamitas, y tuvo éxito.

Johnson afirmó falsamente en un discurso a la nación que había habido no uno sino dos ataques al USS Maddox, pero hoy se cree de forma generalizada que fue una mentira y un engaño. El sónar naval recogió ruido de hélices estadounidenses y el radar detectó mal tiempo, que Johnson afirmó que eran barcos de guerra de Vietnam del Norte. Anunció a la nación que hubo un “segundo ataque” y reclamó represalias militares. Poco después ordenaba ataques aéreos sobre Vietnam del Norte y se puso en marcha la Guerra de Vietnam. En el documental de 2003, The Fog of War, Robert McNamara admitía que el “segundo ataque” al USS Maddox “no se produjo nunca”.

La Guerra contra el Terrorismo

La campaña actual para la guerra con Siria por la administración Obama se está basando en el mismo tipo de relato absurdo que usó la administración de George W. Bush para “justificar” la Guerra de Iraq y esas tácticas recuerdan a la primera guerra contra Iraq de George H.W. Bush, que se basó en parte en las desacreditadas afirmación del gobierno de EEUU de que los soldados iraquíes estaban desenchufando las incubadoras kuwaitíes que contenían bebés prematuros.

Se dice que el gobierno sirio ha usado “armas químicas” (es decir, armas del tipo de las que usó el gobierno de EEUU para asesinar a más de 80 personas, incluyendo docenas de niños, en Waco, Texas, durante la administración Clinton) contra “su propio pueblo”. También se dijo que Saddam Hussein usó armas químicas contra “su propio pueblo”. Estas armas, se dice a los estadounidenses, podría acabar algún día en manos de “terroristas”, que las usarían contra los estadounidenses. Por tanto, debíamos invadir, destruir  y conquistar Iraq.

Incluso la CIA admitió hace tiempo que nunca hubo “armas de destrucción masiva” en Iraq que amenazaran a EEUU. Lo mismo puede decirse de Siria, a pesar de los últimos intentos de mentir a los estadounidenses metiéndoles en otra guerra imperialista. Puede parecer manido, pero es sin embargo verdad que los que no aprenden las lecciones de la historia están condenados a repetir sus errores. El gobierno estadounidense está actualmente emperrado en derramar más sangre y riqueza en otra aventura militar que no tiene nada que ver con defender la libertad de Estados Unidos, ni de ningún otro.


Publicado el 9 de septiembre de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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