Dependencia del camino y antitrust

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[Winners, Losers, and Microsoft: Competition and Antitrust in High Technology • Stan J. Liebowitz y Stephen E. Margolis • Oakland, California: The Independent Institute, 1999]

Al haber sufrido la destrucción de defensas antitrust clave en años recientes, los planificadores públicos han recurrido a la leyenda y el chisme para defender su caso contra Microsoft. Es esencial que se rechacen los nuevos ataques del Departamento de Justicia, ya que el éxito o fracaso de sus argumentos supone consecuencias importantes para el futuro del desarrollo tecnológico y la libertad empresarial.

La leyenda es la siguiente: Un mero accidente histórico o un capricho individual en un mercado en expansión produce un gran número de usuarios de un estándar tecnológico concreto. El estándar se convierte en valioso simplemente porque lo usa mucha gente, no porque tenga una superioridad intrínseca. Los que llegan más tarde ofreciendo tecnologías mejores no pueden superar los poderosos efectos de red generados por millones de usuarios acostumbrados a la tecnología inferior. Los fabricantes de la vieja tecnología están protegidos “bajo llave” frente a la competencia. Se ha producido un fallo del mercado llamado dependencia del camino, requiriendo tal vez esfuerzos antitrust para remediarlo.

Abundan los rumores de la dependencia del camino y algunos han dado mucho juego en la literatura económica ortodoxa. El más conocido es la persistencia del teclado QWERTY sobre alternativas supuestamente superiores. Desarrollado para evitar que los martilletes de las primeras máquinas de escribir mecánicas se trabaran, el teclado se ha mantenido hasta hoy aunque la razón inicial para su creación ya no sea aplicable. Otros teclados, especialmente el Teclado Simplificado Dvorak de 1936, se dice que son más rápidos, pero no han tenido éxito frente a la más antigua disposición QWERTY. Ninguna persona que utilice teclados que pertenezcan a usuarios QWERTY quiere aprender el teclado Dvorak y sufrir posteriormente los costes de ir contra el estándar establecido.

Algunos comentaristas vociferan contra el estándar VHS establecido para las videocasetes. El rechazado formato Beta, afirman, tiene mejor cualidad de vídeo. Sin embargo nadie compra Beta porque no podría compartir cincas con usuarios de la dominante tecnología VHS. Igualmente, DOS ganó pedazos del mercado a la supuesta mayor calidad del sistema operativo Macintosh, el sistema métrico parece incapaz de desplazar las medidas inglesas sin coacción del gobierno y Microsoft Word superó a competidores como WordStar y WordPerfect. En general, la dependencia del camino se supone que es un problema allí donde hay beneficios en usar el mismo estándar tecnológico que utiliza otra gente.

Los profesores Stan Liebowitz y Stephen Margolis, en una reciente publicación del Independent Institute, echan abajo eficazmente la dependencia del camino como excusa para la intervención del gobierno. Aunque reconocen que los efectos de red pueden teóricamente producir ineficiencias en una economía de mercado, su libro Winners, Losers, and Microsoft: Competition and Antitrust in High Technology muestra que es difícil encontrar un ejemplo claro de una tecnología cerrada que impida que compitan los participantes en el mercado: calificando a la prevalencia percibida de un cierre dañino como “conjetura vacía” (p. 117), Liebowitz y Margolis argumentan que “si alguien encuentra alguna vez un ejemplo en el mundo real, sería una excepción extraordinaria a una regla importante: Los consumidores no se cierran a productos inferiores” (p. 227).

Es indiscutible que las el pasado influencia el futuro. Pero la dependencia del camino dice mucho más: Incluso cuando todos los usuarios de una tecnología establecida prefieran un mundo dominado por un competidor, el titular prevalece si los usuarios son incapaces de coordinar sus decisiones. Para ayudarnos a distinguir esta forma fuerte de dependencia del camino (la forma empleada por el Departamento de Justicia) de formas más débiles, Liebowitz y Margolis dividen la dependencia del camino como sigue:

  • Dependencia del camino de primer grado: Hay simplemente “un elemento de persistencia o durabilidad en una decisión”.
  • Dependencia del camino de segundo grado: Se tomó una decisión sin buena información y posteriormente se lamenta algo el camino elegido.
  • Dependencia del camino de tercer grado: Hay disponible buena información acerca de una alternativa ineficiente, pero se elige la tecnología ineficiente porque no hay manera de coordinarse con otros para elegir colectivamente una alternativa más eficiente.

Solo la dependencia del camino de tercer grado implica un verdadero fracaso del mercado, mientras que la dependencia del camino de primer y segundo grado ha sido utilizada por planificadores socialistas para defender sus planes de reasignación de capital. La planificación socialista basándose en la dependencia del camino de primer y segundo grado es rebatida por Ludwig von Mises (1981) en su ensayo “Inconvertible Capital”, capítulo 8 de su olvidado Epistemological Problems of Economics. Se presenta una explicación siguiendo la misma línea en La acción humana.

La dependencia del camino solo presenta un problema de eficiencia cuando se suprime una tecnología superior y cuando los costes de transferencia son inferiores al beneficio de la mejora tecnológica. Si ignoramos los costes de transferencia cuando alegamos que el mercado ha fracasado en reemplazar una tecnología vieja con un nuevo contendiente más eficiente, estamos comparando injustamente resultados de mercado con un ideal inalcanzable.

Buena parte de Winners, Losers, and Microsoft se dedica a contestar a varios cuentos de la dependencia del camino. En una historia fascinante del teclado de la máquina de escribir, Liebowitz y Margolis demuestran que la disposición de Dvorak no tiene ninguna ventaja clara sobre las muy denostadas disposiciones QWERTY. Las evidencias son mixtas. El legendario test de la Marina de 1944 al que se alude a menudo en apoyo del teclado Dvorak fue en realidad un experimento dudoso realizado nada menos que por el comandante teniente August Dvorak, el dueño de la patente del teclado. Con un aire similar, nuestros autores afirman que la rivalidad entre formatos de videocasete de finales de la década de 1970 y principios de la de 1980  no acabó con la adopción de un estándar inferior de tecnología, sino con el estándar que tenía las cualidades que los consumidores consideraban más valiosas.

Las diferencias tecnológicas entre VHS y Beta eran pequeñas, pero para los usuarios familiares, el que VHS durara mucho más tiempo era más importante que las ventajas de Beta en edición y efectos especiales. Liebowitz y Margolis revelan que otras historias de dependencia del camino sencillamente no se ajustan a los hechos.

Después Liebowitz y Margolis se ocupan del argumento de que Microsoft se ha aprovechado de los efectos de red para monopolizar su sector. En lugar de tratar de demostrar que Microsoft no tiene un monopolio, demuestran que los argumentos tradicionales antitrust no pueden aplicarse a los mercados de alta tecnología. Nuestros autores no quieren ocuparse de toda la teoría antitrust, pero si hacen el alegato de que deberíamos ver al “monopolio en serie” observado en ciertos sectores  como aceptable e incluso deseable. Como apunta Jack Hirschleifer en el prólogo, una implicación de su análisis es que, en mercados de alta tecnología, “la porción predominante del mercado puede ser consecuencia y señal de una verdadera competencia”.

La competencia proporciona pruebas de mercado que determinan qué monopolio prevalece hasta que otra empresa monopoliza temporalmente el mercado. Los monopolios que tratan de aumentar el precio o producir productos inferiores se encontrarán rápidamente desplazados por otra empresa.

Como observan Liebowitz y Margolis: “Estos altos rendimientos y la rivalidad que crean son aparentemente suficiente disciplina para mantener controlados los precios de monopolio y mantener muy rápido el ritmo de la innovación”.

Para alcanzar este resultado, el mercado depende mucho de un actor clave, aunque olvidado, en la economía de mercado: el emprendedor. Liebowitz y Margolis combaten una visión de los mercados en la que

una serie exógena de bienes se ofrece a la venta a un precio, tómalo o déjalo. No hay papel para los emprendedores, o hay poco. Generalmente no hay garantías, ni mercados de alquiler, ni fusiones, ni precios del líder en pérdidas, ni publicidad, ni investigación de mercado. Cuando se reconocen esas instituciones complicadoras, se incorporan al modelo gradualmente. Y lo habitual es introducirlas para mostrar su potencial para crear ineficiencias, no para mostrar cómo un exceso del beneficio sobre el coste puede constituir una oportunidad para el lucro privado.

En el mundo creado por ese modelo estéril de competencia, no es sorprendente que los accidentes tengan una permanencia considerable.

En lugar de la construcción tradicional de la competencia perfecta, Liebowitz y Margolis ofrecen algo más cercano a la aproximación austriaca. En lugar de unidades de dirección pasivas y sin imaginación, son emprendedores activos y creativos, atentos a una oportunidad de lucro. Cuando aparecen grandes ineficiencias, como la persistencia de un formato inferior de vídeo en presencia de una alternativa mejor, .los emprendedores se apresuran a exhibir una respuesta eficaz.

De la perspectiva de los autores sobre los mercados de la tecnología, se deduce que en este mundo de monopolio en serie, las autoridades antitrust pueden disminuir la eficacia en el mercado al destruir esos monopolios.

La campaña antitrust del Departamento de Justicia amenaza con dañar profundamente al mercado y reducir la innovación tecnológica. Aunque Microsoft sí tenga un monopolio en ciertos sectores, está actuando de una forma peculiarmente distinta a la concepción usual de un monopolio. Liebowitz y Margolis creen que cuando Microsoft estuvo presente en los mercados del software, los precios bajaron más rápido y más que cuando no estuvo presente. Cuando Microsoft era dominante, los precios cayeron después de que Microsoft se convirtió en dominante.

Además, Microsoft cobraba menos en mercados en los que era dominante que en mercados en los que prevalecía otra empresa. Asuntos relacionados como apalancamiento, vinculaciones, productos incluidos y precios predatorios se estudian en un valioso apéndice.

En general, los autores encuentran una relación cercana entre un aumento en la cualidad del producto de una y un aumento en la porción de mercado de la empresa. El producto correspondiente, no importa el que sea, no parece quedar cerrado mediante efectos de red- Una y otra vez, gana el producto superior. La dependencia del camino, si existe en algún lugar, sin duda no es suficientemente importante como para servir de base para una intervención antitrust. “La implicación política de todo esto”, concluyen los autores, “es que los gobiernos pueden ayudar a garantizar que los consumidores consigan los mejores productos eliminando los impedimentos públicos  en el camino de los emprendedores que compiten por establecer sus ratoneras en el mercado” (p. 243).

Winners, Losers, and Microsoft no puede considerarse como austriaco en su aproximación general. Liebowitz y Margolis aparentemente han tomado una visión necolásica del equilibrio (que es un estado normal que está sujeto a sacudidas ocasionales) y no reconocen la obra austriaca sobre el empresario. Algunos austriacos podrían discrepar de su confianza en el análisis empírico en logar del razonamiento deductivo.

Aun así su conciencia del papel vital del emprendedor, su voluntad de desafiar los paradigmas neoclásicos tradicionales sobre el antitrust y, sobre todo, su refutación efectiva de un ataque común contra la economía de mercado merecen reconocimiento y aprecio.


Publicado el 9 de noviembre de 1999. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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