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La privatización del espacio

[Lewis D. Solomon: The Privatization of Space Exploration: Business, Technology, Law, and Policy. New Brunswick, NJ: Transaction Publishers, 2008, ISBN: 978-1-4128-0759-3, 128 páginas. Esta reseña apareció originalmente en Libertarian Papers, 4.1 (2012)]

El libro de Lewis D. Solomon, The Privatization of Space Exploration: Business, Technology, Law, and Policy, ahora disponible en una edición de bolsillo de 2012, es un esfuerzo por analizar el muy cambiante sector de los vuelos espaciales privados y sugiere maneras de estimularlos. Debería advertirse que el título lleva en realidad equívoco, ya que muchas de las funciones realizadas por las empresas privadas incluidas en este libro no son de exploración en sí, sino que más bien se refieren al lanzamiento de equipos y servicios satelitales. El autorTimothy D. Terrell prevé que en el futuro se realicen procesos de extracción de recursos y fabricación extensiva en el espacio exterior.

Es de alabar la intención del autor de promover la empresa privada en el espacio, frente a los dominantes programas espaciales de gestión pública. Hay algunas historias inspiradoras de unos pocos de los esfuerzos emprendedores innovadores en el sector espacial y el autor es crítico con la NASA, la Estación Espacial Internacional y otros caros proyectos espaciales de gestión pública. Sin embargo, el libro se queda corto en algunas cosas.

Primero, cuando lista sus justificaciones para la exploración espacial, da un argumento económicamente problemático. “Nuevas empresas de naves espaciales, nuevos puertos espaciales y negocios relacionados ofrecen trabajo a trabajadores cualificados”, escribe Solomon. Además, “La actividad económica también genera crecimiento económico e ingresos fiscales” (p. 8). Estos argumentos de apoyo ignoran en importante hecho de que el trabajo no es el objetivo de la economía. Queremos lo que produce el trabajo, no los trabajos en sí mismos. Esta distinción es importante, porque cualquier política que subvencione en sector para asegurarse de que contrata a trabajadores está promoviendo inevitablemente una mala asignación de las habilidades de esos trabajadores. Sustituir los precios de mercado por trabajos significa que los demás sectores que tenían un uso más productivo de esos trabajadores (tal vez en vuelos espaciales, tal vez no) deben renunciar a ellos. Esto reduce el crecimiento económico. El argumento de los ingresos fiscales tiene problemas más graves. Los impuestos sencillamente extraen valor de los individuos y lo transfieren a un propósito determinado por el gobierno. Solomon no ha mostrado que la capacidad del gobierno de gravar la actividad espacial indique nada acerca de la utilidad relativa de la actividad espacial frente a otros tipos de actividad humana. Este comentario no es esencial para el libro, pero puede ayudar a explicar la aceptación de Solomon de ciertas intervenciones públicas limitadas a favor del sector.

Segundo, el autor evidentemente tiene algunas ideas persistentes acerca del papel del gobierno en establecer objetivos nacionales que ponen a este libro fuera en un concepto de libertarismo bastante amplio. Solomon evidentemente estaría incluso más allá de la idea liberal-clásica del gobierno como árbitro de las disputas del mercado o fuente de defensa colectiva frente a la agresión. El gobierno se convierte en el director de los objetivos nacionales: “Aunque las protestas públicas en la primavera de 1961 no fueron tan ruidosas como habían sido después del lanzamiento del Sputnik”, argumenta Solomon, “tenía que hacerse algo para comprometer de nuevo a la nación con el éxito en la carrera espacial” (p. 16). ¿Por qué? Kennedy y el autor, aparentemente, veían la consecución de hitos en la exploración del espacio como una exhibición de la superioridad de la sociedad estadounidense sobre la de los soviéticos.

Esto no quiere decir que el libro no tenga un gran mérito. Buena parte del libro consiste en una útil historia de la exploración espacial y el desarrollo tecnológico públicos y privados. Solomos parece estar a favor de la innovación motivada por los premios y menciona algo de la historia de los premios financiados privadamente. La objeciones de la NASA a privatizar los viajes espaciales son evidentes en varios lugares, incluyendo su oposición al primer “turista espacial” civil, Dennis Tito, en 2001. Solomon tiene razón al criticarlo y también la aproximación general de la NASA a la exploración espacial. Las historias personales de algunos de los empresarios dentro del sector privado de los lanzamientos espaciales son también interesantes. Sin embargo, hay poco análisis real en la mayoría del libro. Solomon recurre a veces a notas de prensa de las empresas afectadas, lo que da un tono de un encomio excesivamente efusivo en lugar de una historia o evaluación objetiva del sector. Algunas de estas empresas dan plazos demasiado optimistas y son algo grandilocuentes, al pretender atraer capital riesgo. Además, algunas de las empresas presentadas como ejemplo de privatización muestran una relación bastante estrecha con el gobierno. Una de ellas, SpaceX, depende mucho de contratos públicos y presentó una demanda antitrust (sin éxito) contra otras dos empresas del sector privado (Boeing y Lockheed) para impedir que sus competidoras formaran una joint venture para lanzar satélites para el gobierno. Solomon no juzga esta demanda, aunque en general está a favor de menos regulación y de dirigirse a las empresas privadas. Sin embargo, sí demuestra que muchas de estas empresas de vuelos espaciales están financiadas principalmente con fondos personales de una persona, persiguiendo un objetivo personal.

Los libertarios interesados en levantar las barreras al transporte y exploración espaciales privados pueden estar más interesados en el capítulo 7, “El entorno legal para las empresas espaciales del sector privado”. Aquí Solomon argumenta que la incertidumbre de los derechos legales a la propiedad en el espacio ha obstaculizado la inversión en empresas espaciales privadas. El Tratado del Espacio Exterior de 1967, dice, debería actualizarse y el Acuerdo de la Luna de 1984, derogarse. La ley regulatoria en general parece ser una rémora para el sector privado de los vuelos espaciales, con regulaciones pensadas en torno a tecnología más antigua que ralentizan inintencionadamente la innovación. Sin embargo, el autor no explica eso tan convincentemente como podía haberlo hecho, con comentarios acerca de la “excesiva regulación” y la explicación sin críticas de alguna regulación existente y cambios regulatorios. También hay una extensa explicación de los patrones de responsabilidad para el vuelo espacial y los tratados internacionales aplicables.

De la explicación de Solomon se deduce que la industria aeroespacial es la beneficiaria de ciertas subvenciones del gobierno de EEUU. Por ejemplo, Solomon menciona (p. 107) la indemnización del gobierno de EEUU de hasta 1.500 millones de dólares en daños por encima de la póliza de seguro requerida para los vuelos espaciales. “Las indemnizaciones por el gobierno federal para que autorizados a vuelos espaciales comerciales por responsabilidades ante terceros ayuda a apoyar el sector naciente al protegerlo ante costos de seguro elevados debido al riesgo de una sola catástrofe”. Esto no es coherente con un orden de libre mercado, pero Solomon dice que “el gobierno federal debe continuar proporcionando cobertura de indemnizaciones frente a una demanda de un tercero derivada de una actividad desarrollada bajo una licencia espacial” (pp. 111, 112). Aparentemente, el entusiasmo por el sector a acabado con las ideas del libre mercado.

Sin embargo Solomon sí hace un esfuerzo por reconciliar propiedad privada con los acuerdos internacionales existentes. Menciones tres maneras en que las reclamaciones de propiedad privada sobre objetos del espacio exterior podrían ser coherentes con el Tratado del Espacio Exterior, que algunos han interpretado que prohíbe la reclamación de propiedad privada en el espacio exterior. Primero, argumenta, “los derechos de propiedad sobre objetos lanzados al espacio no se disuelven una vez hayan llegado a su órbita, estableciendo así un jurisdicción cuasi-territorial. Cuando una empresa lanza propiedad tangible al espacio, sigue siendo propiedad privada de la entidad” (p. 109). Posiblemente las estructuras construidas por empresas privadas en órbita, el la Luna o en asteroides podrían tener derechos de propiedad reconocidos por gobiernos. En segundo lugar, una nación puede tener jurisdicción sobre la zona necesaria para asegurar la seguridad de instalaciones o estructuras construidas por empresas privadas originarias de esa nación. En tercer lugar, puede reconocerse por los gobiernos una especie de ocupación, de forma que la extracción de minerales por una entidad privada puede ser posible bajo las disposiciones del tratado, aunque no reclamaciones de recursos no extraídos.

Al decir que la exploración y uso del espacio exterior “será competencia de toda la humanidad”, la situación actual bajo el Tratado del Espacio Exterior es de ambigüedad con respecto a los derechos de propiedad que Solomon argumenta que tienen un efecto perjudicial sobre el mercado. La Comisión Presidencial Aldridge de EEUU indicaba que esta incertidumbre “podría estrangular esta incipiente industria espacial en su cuna; ninguna empresa invertiría millones de dólares en desarrollar un producto cuya propiedad es incierta” (p. 112). El Tratado de la Luna es más concreto en su rechazo de derechos lunares de propiedad, indicando que la luna es propiedad común de toda la humanidad y que no puede reconocerse ningún derecho de propiedad en la misma. Pero le falta la fuerza de la ley, ya que no lo ha firmado ninguna nación que haya salido al espacio.

The Privatization of Space Exploration sería una lectura útil y corta para quien necesite información general sobre la historia de los aspectos legales sobre vuelos espaciales privados. Los libertarios encontrarían algunas posturas políticas poco coherentes con la libertad y los mercados libres, pero, en general, el libro es una buena introducción al tema para alguien con una perspectiva pro-mercado.


Esta reseña apareció originalmente en Libertarian Papers, 4.1 (2012).

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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