Desestableciendo la educación pública

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Uno tiene que sorprenderse ante la vehemencia con se ha atacado La Sociedad Desescolarizada, de Iván Illich.

La crítica en el New York Times Book Review (11 de julio de 1971) por parte de un miembro del la clase dirigente educativa es un ejemplo. ¿Por qué esta reacción violenta, se pregunta uno al leer la crítica? Y aparece la respuesta. La defensa de Illich del libre mercado en la educación es el sapo que no pueden tragar los educadores.

El crítico dice:

“Si la postura del consumidor ha equivocado y engañado a la gente en los supermercados (y particularmente a la gente pobre y sin educación), no hay razón para qué funcionen mejor en la educación los mecanismos del libre mercado, tan populares en círculos radicales”.

No puedo dejar pasar sin comentar la observación del crítico de que los “mecanismos del libre mercado” son “tan populares en círculos radicales”.

Se ha  restaurado la conjunción histórica de libre mercado y radicalismo de cuando los conceptos del libre mercado estaban en su infancia y realmente desafiaban al sistema de monopolio. Después de perderse mucho tiempo en el equipaje del inmovilismo, el libre mercado se ha liberado como consecuencia del reciente trabajo duro de economistas, filósofos e historiadores libertarios y se ha colocado al frente como la única solución al caos del sistema de monopolios.

Illich empieza diciendo que:

“jamás había yo puesto en duda el valor de hacer obligatoria la escuela para todos. Conjuntamente, hemos llegado a percatarnos de que para la mayoría de los seres humanos, el derecho a aprender se ve restringido por la obligación de asistir a la escuela.”

Piensa que el sistema de escuelas públicas es el paradigma de todos “los organismos burocráticos del Estado corporativo” y que esta postura básica de desmonopolizar la educación (acabar con su naturaleza obligatoria en todos sus aspectos) es la respuesta para el resto de la burocracia estatal corporativa. La solución de Illich es dejar de financiar estas instituciones, eliminar su apoyo fiscal.

Illich apunta:

“William O. Douglas, miembro de la Suprema Corte de Justicia hizo la observación de que ‘la única manera de establecer una institución es financiarla’. El corolario es asimismo verdadero.”

Illich quiere eliminar el apoyo fiscal a las escuelas, así como a la salud, el bienestar y, supongo, a los negocios estadounidenses en general. Illich contrasta las instituciones de derechas (monopolios) con las de izquierdas (libre mercado), mostrando las ventajas de la postura competitiva sin apoyo fiscal para servir a los deseos de los consumidores.

“Las instituciones de la derecha, como podemos verlo claramente en el caso de las escuelas, invitan compulsivamente al uso repetitivo y frustran las maneras alternativas de lograr resultados similares. Hacia la izquierda del espectro institucional, pero no en el extremo mismo, podemos colocar a las empresas que compiten entre sí en la actividad que le es propia, pero que no han empezado a ocupar la publicidad de manera notable. Encontramos aquí a las lavanderías manuales, las pequeñas panaderías, los peluqueros y, para hablar de profesionales, algunos abogados y profesores de música. Son por consiguiente característicamente del ala izquierda las personas que han institucionalizado sus servicios, pero no su publicidad. Consiguen clientes mediante su contacto personal y la calidad relativa de sus servicios”.

Illich coloca a la educación pública cerca del extremo derecho de espectro: “tienen su lugar cerca del extremo del espectro institucional ocupado por los asilos totales”. Illich presenta un interesante contraste entre la ciencia en un mercado libre y la ciencia en un sistema de monopolio:

“Es posible que un conjunto de objetos e informaciones científicas aún más valioso esté apartado del acceso general -e incluso de los científicos competentes- bajo el pretexto de la seguridad nacional. Hasta hace poco la ciencia era el único foro que funcionaba como el sueño de un anarquista. Cada hombre capaz de realizar investigaciones tenían más o menos las mismas oportunidades que otros en cuanto al acceso a su instrumental y a se escuchados por la comunidad de iguales. Ahora la burocratización y la organización han puesto a gran parte de la ciencia fuera del alcance del público. En efecto, lo que solía ser una red internacional de información científica ha sido escindida en una lid de grupos competidores.”

Igual que el papel del estado ha transformado la ciencia y la ha deformado, el papel del estado ha sido deformar la educación y el aprendizaje. La obligación y el apoyo de los impuestos públicos son los elementos destructivos comunes. La postura de la derecha o de apoyo mediante impuestos (el asunto actual de la ayuda del gobierno a Lockheed, que deriva de los contratos del gobierno, es instructivo) con esta obligación gemela debe combatirse.

“La escuela ha llegado a ser la religión del proletariado modernizado, y hace promesas huecas a los pobres de la era tecnología. La nación-estado la ha adoptado, reclutando a todos los ciudadanos dentro de un currículum graduado que conduce a diplomas consecutivos no desemejantes a los rituales de iniciación y promociones hieráticas de antaño. El Estado moderno se ha arrogado el deber de hacer cumplir el juicio de sus educadores mediante vigilantes bien intencionados y cualificaciones exigidas para conseguir trabajos, de modo muy semejante al seguido por los reyes españoles que hicieron cumplir los juicios de sus teólogos mediante los conquistadores y la Inquisición. Hace dos siglos los Estados Unidos dieron al mundo la pauta en un movimiento para privar de apoyo oficial el monopolio de una sola iglesia. Ahora necesitamos la separación constitucional respecto del monopolio de la escuela quitando de esa manera el apoyo oficial a un sistema que conjuga legalmente el prejuicio con la discriminación. El primer ar
tículo de una Declaración de los Derechos del Hombre apropiada para una sociedad moderna, humanista, concordaría con la Enmienda Primera de la Constitución de los EU: ‘El Estado no dictará ley alguna respecto del establecimiento de la educación’”.

Hasta ese día feliz en que se desestablezca la educación, Illich busca métodos por alejarse lo más posible de sistema de educación pública. Se ha visto influido por conversaciones y cartas de miembros de la escuela de economía de Chicago que defiende un programa de otorgamiento de clases.

“Los contribuyentes no se han acostumbrado aún a ver que tres mil millones de dólares se desvanezcan en el Ministerio de Salud, Educación y Bienestar como si se tratara del Pentágono. El gobierno actual tal vez estime que puede afrontar las iras de los educadores. Los estadounidenses de clase media no tienen nada que perder si se interrumpe el programa. Los padres pobres creen que sí pierden, pero, más todavía, están exigiendo el control de los fondos destinados a sus hijos. Un sistema lógico de recortar el presupuesto y, sería de esperar, de aumentar sus beneficios, consistiría en un sistema de becas escolares como el presupuesto por Milton Friedman y otros. Los fondos se canalizarían al beneficiario, permitiéndole comprar su parte de la escolaridad que elija”.

La postura de la escuela de economistas de Chicago, en ésta y en muchas otras cosas, requiere dos comentarios: primero, ellos, más que ningún otro grupo, se han dedicado a asuntos reales y no a construcciones imaginarias y, segundo, como no son libertarios, sus soluciones quedan muy cortas ante las respuestas que ofrece el libre mercado.

Pero por mucho que puedan tener la verdad, los libertarios no llevan esa libertad a quienes, como Illich la están buscando. Mientras que los chicaguianos están aquí, allí y en todas partes, dando o recibiendo clases, los libertarios retroceden.

¿Cuántos investigadores libertarios participarán en el seminario “Alternativas en la educación” del próximo año en el Centro Intercultural de Documentación de Illich en Cuernavaca, México?


Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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