El sentido común vence al sentido keynesiano

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Mi libro The Economics of Illusion, publicado en 1949, era esencialmente una crítica a la Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero de Lord Keynes. Mi conclusión era, resumidamente, que lo que es nuevo en la obra de Keynes no es bueno y lo que es bueno no es nuevo.

Desde entonces se me ha pedido añadir a mi crítica negativa de la teoría de Keynes la exposición positiva de una teoría económica que ofreciera una explicación y descripción más correcta de la realidad económica. El presente libro es mi respuesta a esta solicitud. Lo he llamado Economía del Sentido Común en contraste con la teoría de Keynes, a la que considero economía del engaño, pues sus supuestos reales subyacentes me parecen basarse en el engaño.

Empecé este trabajo con sentimientos encontrados. Por un lado, era plenamente consciente del hecho de que los economistas profesionales tienen más experiencia y una mejor técnica en la exposición de las relaciones económicas que una persona cuya actividad principal ha consistido en tomar decisiones empresariales. Por otro lado, hace tiempo que me tentaba intentar, en algún momento, describir el modelo económico que, tras más de treinta años de actividad en teoría y práctica económica, considero más adecuado por cercano a la realidad. También me he preguntado a menudo cómo rescribiría hoy mi Economic Theory of Bank Credit, que se publicó por primera vez hace 35 años.

La disposición del presente libro está deliberadamente en contradicción con la que es habitual hoy en día, particularmente en las obras inglesas y estadounidenses, siguiendo la Teoría General de Keynes.

En mi opinión, la teoría keynesiana es original, pero también nefasta por sus peculiares, casi paradójicas, decisiones respecto de qué debe considerarse como constante y qué como variable en la economía. Por ejemplo, las demandas de salarios nominales de los trabajadores se supone que son relativamente constantes, mientras que el poder de compra agregado se supone que esta fluctuando constantemente y por tanto la economía está expuesta continuamente a la inflación y la deflación. El consiguiente cuadro económico parece al no keynesiano como una especia de truco cinematográfico. Todo ocurre en una forma que es exactamente la opuesta a la habitual. Ya no es la oferta de mano de obra, sino la propensión al consumo lo que determina el volumen de la producción; las viejas y a menudo refutadas teoría del infraconsumo (de las que la teoría de Keynes no es más que una réplica) de nuevo se convierten en respetables.

Estoy firmemente convencido de que este supuesto progreso revolucionario en la ciencia económica es realmente una regresión en comparación con la economía clásica. Las fuerzas económicas a largo plazo, como la propensión al trabajo, se ven completamente eclipsadas por factores menos importantes, como la propensión al consumo y, aunque en ocasiones afirme lo contrario, la teoría de Keynes, como teoría general, también pretende ser una teoría de los desarrollos a lo largo de siglos. Tampoco Keynes ofrece una teoría satisfactoria de los desarrollos a corto plazo y en particular ninguna teoría del ciclo económico. No hay explicación de la dinámica del ciclo y las indicaciones que se dan (adviértase, por ejemplo, el equilibrio del infraempleo que supuestamente aparece cuando los ahorros son excesivos y desaparece cuando se contraen éstos) son irrealistas y falsas.

La presente obra trata de evitar los peligros de sobreestimar la importancia de la “demanda efectiva”. Para este fin, empieza, de una manera pasada de moda, con la descripción de una economía estática, es decir, una que se repite constantemente a sí misma sin cambios en los datos. Luego viene una descripción de una economía cambiante en la que, sin embargo (y esto también está indudablemente pasado de moda), se supone que el sistema monetario sea completamente inelástico. Aquí los nuevos créditos sólo se otorgan si hay nuevos ahorros. Se presupone un sistema monetario así con el fin de demostrar los cambios que se producen en una economía cuando no hay cambios en la moneda. Por el contrario, la siguiente sección se ocupa de la economía en un sistema monetario elástico, es decir, una economía en la que son posibles la expansión inflacionaria y la concentración deflacionaria del crédito. Así, se trata el ciclo económico como un caso especial de la economía en la inflación y la deflación. Por fin, la Parte V es una reproducción sustancialmente inalterada de una lección impartida en 1952, en la que examiné las leyes de la formación de precios en las bolsas, basándome en la evolución de la Bolsa de Nueva York durante los últimos 25 años.

La Parte I empieza con una descripción de la economía de Robinson Crusoe. Puede parecer superflua o elemental para el economista profesional. La he incluido, primero porque los principios que considero esenciales se ven más claramente en el caso del productor aislado y segundo porque al publicar este libro tenía en mente un propósito secundario: hacer una especie de economía mínima para el empresario, el banquero y el inversor interesado en la teoría. Por esta razón también he incluido, al final de cada sección, algunas conclusiones prácticas en relación con los precios de las acciones.

Por supuesto, sé que el conocimiento teórico es desdeñado por muchos empresarios prácticos. Sólo puedo decir para justificar mi propósito secundario que en las pocas ocasiones en las que he tenido éxito en mi propia vida empresarial, lo he tenido, no por ninguna habilidad práctica superior, sino simplemente porque mis estudios de la teoría monetaria y del ciclo económico me han advertido antes que a otros de la consecuencias de las políticas monetarias y de crédito inicialmente inflacionistas y luego deflacionistas de los gobiernos europeos.

Sin embargo me gustaría añadir una advertencia. Aunque considero esencial un conocimiento de los fundamentos de la economía, no los considero suficientes para el éxito. Nuestra economía está sujeta a cambios constantes. Estos cambios, ya sean técnicos, legales, institucionales, políticos o simplemente en los gustos del consumidor son inciertos y tan imprevisibles como el mismo futuro. Los empresarios e inversores tienen que juzgar la fortaleza relativa de las fuerzas que traerán los cambios futuros y ajustar sus disposiciones de acuerdo con ello. Con el fin de hacerlo, tendrán que utilizar todo lo que hayan leído, pensado o experimentado. Aún así, a menudo se equivocarán. Sin embargo, en ningún caso puede predecirse científicamente el cambio futuro. Por tanto, la gestión de los negocios y especialmente de la inversión es un arte y no una ciencia y el concepto de método científico de inversión no tiene sentido.

Con respecto al método de exposición, me gustaría hacer las siguientes advertencias.

Muchas exposiciones contemporáneas, tanto de especialistas como de no especialistas adolecen, en mi opinión, de tratar de abarcar demasiados detalles y eventualidades, con la consecuencia de que se oscurecen los fundamentos. Los árboles no dejan ver el bosque e incluso los árboles no siempre se describen correctamente. La costumbre de examinar lo que ocurre si una curva se mueve mientras otras permanecen fijas (es decir, la descripción gráfica de oferta y demanda a distintos niveles de precios) es muy útil para el análisis teórico, pero ha llevado, en muchos casos, a la creencia de que es lo que ocurre en la realidad. Pero el mundo económico no se divide en datos variables y fijos. Todos los datos económicos relevantes son variables.

Además, el lenguaje matemático de la economía moderna ha llevado a muchos economistas a describir no tanto lo que ocurre en la realidad sino lo que posiblemente podría ocurrir (por ejemplo, que podría hacer que el auge se convierta en depresión).Pero cualquier parecido de estas descripciones y explicaciones con la realidad me parece una pura coincidencia. Tampoco es probable que esta situación cambie por objeciones de personas del mundo de la empresa. Es un hecho lamentable que la mayoría de lo que se escribe hoy día en nuestro campo se mueva en una esfera tan esotérica y use un leguaje tan técnico  que ya no pueda leerlo o entenderlo ni siquiera un empresario interesado en teoría económica.

Por mi parte, he intentado describir en lenguaje llano un modelo de economía que sea suficientemente sencillo como para aclarar las relaciones fundamentales entre los distintos datos económicos, pero, a la vez, no haciéndolo tan simplificado y abstracto como para ser completamente irreal. Sé que son posibles y pueden ser útiles otros métodos de exposición. Pero puedo decir a favor de mi modelo que ha probado muy a menudo serme útil al tomar decisiones de negocio.

No abrigo esperanzas exageradas de que mi teoría (si puedo llamar así a mi modesto retrato del mundo económico) pueda encontrar la aprobación de mis colegas que se hayan conducido en el espectro de Keynes. Cualquiera que vea un exceso de ahorro como la causa de la mayoría de las perturbaciones  a corto y largo plazo de la economía capitalista (y en particular, la causa del desempleo) y que por tanto recomiende más gasto público y privado como medio para el mantenimiento permanente de la prosperidad, leerá este libro con aborrecimiento.

No sólo hay ciclos de actividad económica, sino también ciclos de teoría económica y particularmente de teorías del ciclo económico. Estamos actualmente en una fase de exageración de la importancia de la demanda efectiva. Sin embargo, aunque hay ciclos de teoría, hay evidentemente fases de retraso en estos ciclos. Tengo la sensación de que la teoría económica alemana ahora muestra un retraso frente a la angloestadounidense. La primera parece estar entrando en una fase de entusiasmo por la economía moderna del modelo keynesiano y disfrutando de orgías de ecuaciones formalmente correctas, por muy irreales que puedan ser las suposiciones factuales subyacentes. La segunda, por el contrario, parece haber pasado ya el pico de entusiasmo. Cada vez se reconoce más que los principios básicos simples de los neoclásicos van más allá (y hacen más fácil evitar los errores) que las “cosas modernas”. Parece estar empezando una contrarrevolución frente al keynesianismo.

Si mi Common Sense Economics (la edición alemana ha precedido a la inglesa por razones técnicas) tuviera el efecto de acortar de alguna forma la fase de entusiasmo me conformaría con el resultado. No soy optimista a este respecto, pero tengo paciencia. A mi Economic Theory of Bank Credit, que era una reacción contra la consideración del dinero como nada más que un velo, le llevó ocho años salir triunfante. Supongo que le costará lo mismo ser aceptada a la presente obra, escrita como reacción ante las exageradas opiniones sobre el papel del dinero como fuerza motivadora.

[Prólogo de Common Sense Economics (1956)]


El artículo original se encuentra aquí.

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